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La increíble historia de Enrique Castro:

De mendigo a gerente

La vida de este hombre de 74 años da para guión de película y, aunque esa no sea su intención, publicó una autobiografía que bien puede servir de base. “De mendigo a gerente general y bachiller en teología” es el título del libro que tardó dos años en escribir y que ahora pretende difundir lo más que se pueda, principalmente entre los jóvenes. Aquí contamos por qué.

Por María Teresa Villafrade

22 Diciembre 2020 a las 10:05

Enrique Castro Carrasco tiene 74 años y recién hace un año se quedó sin empleo y dejó por fin de trabajar. Empezó siendo un niño, cuando, con apenas 10 años, abandonó la casa familiar y la extrema pobreza en la que vivían sus padres, al punto que siete de sus diez hermanos murieron por falta de medicinas y buena alimentación. Sobrevivieron sólo cuatro: Julio, al que vio nacer en la calle. Literalmente, mientras sus papás esperaban la llegada de una ambulancia, y que luego estuvo internado en la Ciudad del Niño; Manuel, que murió en una hospedería del Hogar de Cristo; María Antonieta, que jubiló como asesora del hogar; y él, Enrique, el único que logró estudiar y ser profesional llegando a ser gerente general de un canal evangélico de televisión.

“Desde que tengo memoria fui bien busquilla, debo haber sido el primer cantante en la línea de micros Matadero-Palma, también fui lustrabotas y copero en un restaurante. Dormía en hospederías que estaban en la calle Chiloé, entre Franklin y Arauco. Las camas estaban hundidas, los baños mojados, por supuesto, nos duchábamos con agua fría, y las toallas eran de sacos de harina”, recuerda.

-¿Por qué se fue de la casa a los 10 años?

-Para huir de la miseria. Mi padre fue un obrero humilde, muy mal pagado; sus compañeros de la fábrica de cecinas Balbuena Hermanos lo apodaban “Rumita”. Mi madre nunca se quejó de su pobreza, pero le dolió mucho perder tantos hijos. Nuestra casa era una choza de adobe en la chacra Santa Adriana, con piso de tierra, sin elec­tricidad, nos alumbrábamos con velas, sin ventanas, sin agua, sin baño y con techo de zinc. Era solo una pieza de unos veinticinco metros cuadrados, donde teníamos una mesa pequeña muy antigua, dos bancas chicas y dos cajones de manzana como asientos, sólo una cama, un esquinero y un bracero para cocinar”, responde el autor del libro autobiográfico “De mendigo a gerente general y bachiller en teología”.

De su infancia, recuerda haber salido varias veces a mendigar en la población Dávila con su hermana María, cuando él tenía 7 y ella 6. Luego a ella la internaron a los 9 años en un hogar de niñas ubicado en la comuna de Recoleta hasta que cumplió los 18, y a su hermano Julio, en la Ciudad del Niño, ubicada en el paradero 16 de la Gran Avenida. Quizás si Enrique no se hubiera ido de casa a los 10, su suerte habría sido la misma.

“Mi hermana trabajó toda su vida como asesora del hogar y mi hermano Julio tuvo problemas mentales, esquizofrenia. Se casó pero duró menos de un año su matrimonio. Actualmente vive en la casa paterna, en la población Santa Adriana, y le ayuda a un amigo a vender ropa usada en la feria Lo Valledor. Lamentablemente, mi hermano Manuel terminó viviendo en la calle por consumo de alcohol, sus últimos años de vida los pasó en la Hospedería del Hogar de Cristo en Estación Central”, resume, refiriéndose a la Casa de Acogida Josse Van der Rest.

VOLVER A ESTUDIAR

Enrique Castro alcanzó a vivir tres años y medio en la calle y alojando regularmente en hospederías, realizando todo tipo de trabajos. A los 14 años decidió retomar estudios e ingresó a tercero básico en un colegio del paradero 15 y medio de la Gran Avenida. Se matriculó solo, sin apoderado.

“En mi sala se impartían clases para tercero en los bancos de la izquierda y para cuarto en la derecha. A mediados de año, pedí si podía cambiarme a cuarto año y me lo aceptaron. Más tarde logré convencerlos de que me permitieran cambiarme a la sala de quinto año, y milagrosamente también me lo permitieron. Recuerdo que, a fin de año, cuando venía una Ins­pectora del Ministerio de Educación para interrogar a los alumnos, me llamaron a la pizarra y no me fue bien, pero me di cuenta que uno de los dueños del colegio habló con la Inspectora y le mencionó que yo cantaba una canción en italiano; le canté la canción Mamma y la señora se emocionó muchísimo y me aprobó el 5º año con la nota suficiente para poder pasar de curso”, escribe en sus memorias.

A poco andar, consiguió un trabajo de junior en una fábrica de planchas y jugueras FRACMO, ubicada en Franklin esquina San Igna­cio. Decidió continuar sus estudios en un colegio nocturno e ingresó al Instituto Superior de Comercio de calle Moneda esquina Amunátegui. “Luego se creó otro colegio llamado Instituto Comercial Nocturno Nº1 con los mismos profesores, donde continué hasta titularme de contador”, agrega.

De ahí en adelante su carrera fue en ascenso hasta lograr entrar a la Empresa Nacional de Computación e Informática (Ecom). Se casó y tuvo tres hijos. “En Ecom trabajé hasta junio de 1974, luego fui contador en la Librería Manantial durante un año y más tarde postulé a un concurso para conta­dor general en la Editorial Jurídica de Chile-Andrés Bello, donde quedé seleccionado”, dice con orgullo.

Gracias a su esfuerzo y enorme capacidad de trabajo y endeudamiento, pudo darles educación universitaria a sus tres hijos. Hoy recibe una jubilación de 530 mil pesos con la que asegura tener un buen pasar junto a su esposa por 48 años, María Angélica.

“Mi último trabajo fue como Gerente General de TBN Enlace Chile S.A., canal de televisión cristiano, que transmite el Evangelio a toda la Región Metropolitana de nuestro país por Canal 50 UHF, hoy por Televisión digital canal 15.1; a todo el país por Directv canal 352, por Movistar canal 733 y por Claro canal 31”.

BUS DE LA SOLIDARIDAD

La principal motivación de Enrique Castro al escribir su libro es impulsar tres proyectos sociales que hace mucho tiempo viene madurando y que considera indispensables para construir un país más humano. Su preocupación por las personas en situación de calle nace de su propia experiencia de vida y, por eso, propone como una solución paliativa el Bus de la Solidaridad, para crear conciencia del dramático problema que enfrentan al no contar con un techo digno.

“Se trata de un bus similar a los de transporte de pasajeros que viajan al litoral central, equipado con baño con ducha, calefont, comedor y cocinilla para poder asistir a las personas que duermen en las calles y a otros desamparados. Debería contar con artículos básicos como jabón, champú, algodón, vendas y mantener diariamente una colación para cada persona que requiera ser atendida”, explica.

A su juicio, es un proyecto que amerita una ley es­pecial que permita a las empresas donantes “considerar dichos montos como un crédito al impuesto a la renta con el fin de incentivar dichas donaciones. También considero que será necesario conseguir exenciones y permisos municipales que permita al bus detenerse en lugares como la Plaza de Armas u otros lugares es­tratégicos”.

Cuenta que ya en las consultas ciudadanas que realizó Michelle Bachelet, fue aceptada su propuesta de que en la Constitución se establezca el derecho a que ninguna persona tenga que dormir en la calle. “Me llegó una carta de la Municipalidad de Macul, la que incluí en mi libro”, dice.

Sus otros dos proyectos sociales están relacionados con los mensajes de violencia al que niños y jóvenes se ven expuestos a través de distintos canales de comunicación, para lo cual propone lo que llama “descontaminación espiritual” y un coro angelical, basado en su experiencia de 20 años como tenor en el coro de la Cepal.

“Cuando yo tenía 12 años y cantaba en las micros, me escuchó un día un periodista español de La Tercera, me entrevistó y al día siguiente salí en la portada con el título Chile tiene su Joselito, en alusión al famoso niño prodigio de la época. Siempre he visto la mano de Dios en mi vida, creo en el poder de la voluntad, en la esperanza y la fe en Cristo, que me dio la fuerza para salir de la miseria. Por eso soy bachiller en Teología”, revela en alusión a su fe evangélica.

Enrique Castro es un agradecido del Hogar de Cristo que por más de una década acogió a su hermano Manuel y, por eso, quería lanzar su libro en ese mismo lugar. Pero la pandemia y los protocolos sanitarios no hacen posible este anhelo. ¡Le deseamos mucha suerte desde nuestra web y redes sociales al mendigo que terminó de gerente!

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