6 Febrero 2018 a las 16:38
Tiene 53 años, nació en Santo, pueblo a 10 kilómetros de Puerto Príncipe, capital de Haití, su país. Habla creole, francés, español y catalán. Vivió en España por más de 3 décadas. Allí se casó y tuvo de 2 hijas, de 19 y 13. Su vida no ha sido fácil: se separó tempranamente, tuvo que dejar una de sus hijas en Europa; murieron sus padres y tres de sus seis hermanos. Hoy vive en Chile, en la Hospedería de Mujeres de Hogar de Cristo. Este es su largo y duro recorrido vital.
Por Verónica Vidal
Marie es una mujer muy informada de la contingencia nacional e internacional, cariñosa, tranquila y alegre. Su vida ha sido menos de dulce y más de agraz. Es la penúltima de seis hermanos. Su familia era de muy escasos recursos, por lo que a los 17 decidió dejar su pueblo querido, Santo, para comenzar una nueva vida en Barcelona, España. Una tía, que llevaba años en ese país, le ofreció llevársela para que tuviera mejores oportunidades.
Durante sus 32 años en Europa, estudió y trabajó en los más variados trabajos: limpieza en hoteles, ayudante de cocina, cuidado de adultos mayores, entre otros oficios. Se casó con un español y de esa unión nacieron dos niñas: Andrea, de 19, y Anais, de 13. Tras 22 años de matrimonio, su marido la dejó por otra mujer. Ahí comenzaron sus problemas en España y decidió regresar a su amado Haití.
Por muchos años no tuvo contacto con su familia y no tenía los medios económicos para viajar, pero para el terremoto de Haití en el 2010, decidió regresar. Lo hizo junto a su pequeña hija, Anais. La mayor, se quedó con su padre en Barcelona. “Quería ver a mi familia. Mis padres y tres de mis hermanos habían fallecidos, por lo que necesitaba volver para ver cómo estaban el resto de mis hermanos y mis parientes”.
Haití es un país muy pobre, por lo que sólo se quedó un año. Quiso instalar un negocio con los ahorros que llevaba, pero era muy difícil surgir, más con una hija pequeña. “Ni siquiera logré conseguir un buen trabajo para sobrevivir. Tampoco me gustaba la educación para mi hija. Yo quería que Anais conservara el español y en Haití eran muy pocos y caros los colegios que lo impartían, por lo que decidí abandonar el país”.
Hablar de Santo, su pueblo natal, la conmueve hasta las lágrimas: “Es muy lindo. Está en una zona de agricultores, donde se produce banana y hay mucho ganado. Cuando pequeña iba mucho al mercado cercano con mi madre y hermanos. Ella se levantaba muy temprano y a las cinco iba a a vender porotos y frutas, y con ese dinero que reunía compraba comida para todos. Mi mamá cocinaba el mejor bacalao con cebolla y banana”, dice con los ojos brillantes de emoción y agrega que ella cocina igual de rico que su madre.
ATERRIZAJE EN CHILE
“Un familiar quien vivía en Chile me invitó. Me dijo que era un país de oportunidades y que mi hija podría estudiar. Ellos la matricularon, me enviaron una carta de invitación y me dijeron que si no me gustaba, me regresaba. Así llegué a Santiago el 6 de mayo de 2015”.
Luego de vivir un tiempo con sus familiares, se fue a una pensión, donde comenzó su deambular por la ciudad. Sin dinero y sin trabajo, una amiga boliviana le habló de la Hospedería de Mujeres del Hogar de Cristo. “Me presentó a los encargados y no hubo ningún inconveniente para recibirme junto a mi niña. Mi primera estadía en la Hospedería fueron tres meses. Después de ese tiempo conseguí trabajo en Batuco y me fui trabajar cuidando a un enfermo. Fue una buena etapa, mi hija iba al colegio y lograba ahorrar dinero para ayudar a mi familia. Regresé a Santiago y me fui a vivir a un barrio en Estación Central. Arrendaba una pieza, en la que vivíamos varios haitianos. Nos cobraban 130 mil pesos más luz y agua; compartíamos un solo baño para todos y las condiciones eran deplorables. Malas instalaciones, cuando llovía el agua llegaba hasta debajo de las camas y el frio era intolerable. Tampoco teníamos luz todos los días y mi hija no podía hacer sus deberes. Estuve casi un año soportando eso”.
El año pasado, nuevamente se vio sin dinero y sin un lugar donde vivir, por lo que regresó, por segunda vez, a la Hospedería de mujeres del Hogar de Cristo. “Hablé con los encargados y les expliqué mi situación. Ellos fueron muy amables y desde esa fecha me encuentro acá. En la hospedería llegan mujeres haitianas que no hablan nada de español y yo les ayudo en la traducción. Nunca pensé que viviría en una hospedería. Fue difícil al principio, chocante. Al pedir ayuda aquí no he pensado en mí, sino en mi hija, en que tenga un techo donde pasar la noche. Yo sé que no es un lugar para ella. No es un lugar para criar niños, pero es mejor que la calle”.
Al preguntarle si ha sufrido discriminación en nuestro país, Marie cuenta: “En los países en los que he vivido como extranjera, España y Chile, he encontrado lo mismo: una minoría a la que les molestas, pero, gracias a Dios, hay una mayoría que te acepta. Yo no hago caso de esa minoría. En Chile he sufrido discriminación, me han escupido, tosido en la cara y dicho ‘negra de mierda, vete a África’. Ese es el pan nuestro de cada día para nosotros los migrantes. Me parte el corazón. Soy negra, pero no soy una mierda”.
Con tristeza, agrega: “En los trabajos me han discriminado, aunque yo no le doy importancia. Recuerdo que hace un tiempo, estaba haciendo la limpieza, en el sector alto de La Reina. Tenía todo limpio, había terminado mis quehaceres, estaba a punto de irme y el dueño de casa tomó tierra del jardín, la tiró en el suelo de la cocina y me dijo: ‘Negra ven a limpiar esto’. Volví a limpiar todo de nuevo, en silencio. En ese momento, sólo pensé en mi hija”.
A pesar de todas las dificultades, Marie tiene un gran sueño: conseguir un trabajo, ahorrar dinero y viajar con Anais a España para reencontrarse con su hija mayor, Andrea.
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