Vuelven a casa gracias a la realidad virtual
Una joven cineasta, Catalina Alarcón, comenzó en 2016 un proyecto cultural que se transformó en un gran éxito y que continúa hasta hoy. Partió con las mujeres privadas de libertad y siguió con los hombres y este año empieza en los centros de menores. “Volver a casa” permite que, gracias a cascos de realidad virtual, ellos recorran su barrio, su casa y vean a su familia.
Por María Teresa Villafrade
14 Noviembre 2023 a las 19:37
“Volver a casa” es un punto de encuentro entre el arte y las personas privadas de libertad. Ver el primer día de clases de tu hija o el matrimonio de algún familiar, pese a que no pudiste estar presente, es lo que entrega esta experiencia de realidad virtual.
La historia comenzó en 2016 por iniciativa de la joven cineasta y guionista, Catalina Alarcón (33). Recién el 8 de noviembre pasado, estrenó en el festival de documentales más importante del mundo, el International Documentary Film Festival (IFDA) de Amsterdam, Holanda, su cortometraje de 20 minutos basado en ese proyecto.
Se trata de una experiencia inmersiva interactiva con cinco mujeres privadas de libertad en la cárcel de Valparaíso.
Catalina explica:
“Volver a casa, es una organización cultural que interviene en recintos carcelarios y en centros de menores más recientemente. Desde hace seis años, vamos a las cárceles todas las semanas y hacemos talleres de realidad virtual, pero también otras prácticas como exhibición y ciclos de cine. El año pasado hicimos un piloto en Ciudad de México”.
Ya llevan siete ediciones de los talleres de realidad virtual, con 15 participantes en promedio por taller. Y hacen dos por año.
“Cada uno de los participantes tiene al menos una experiencia de realidad virtual personal. Es decir, que se graba a sus familias en sus casas: desde el primer día de clases de su hija, el matrimonio de algún familiar. Hemos ido a todo tipo de eventos personales que ellos se pierden por estar privados de libertad”, explica.
El documental será exhibido en Chile por primera vez, en el Festival Internacional de Documentales de Santiago (FIDOC), que se realiza el 18 y 19 de noviembre. Están todos invitados a asistir.
“Este cortometraje muestra detalladamente en qué consiste la experiencia y cómo la vivieron las cinco mujeres de la cárcel de Valparaíso”.
Catalina explica que este año, están empezando a abrir otra rama de trabajo consistente en revinculación familiar y reinserción social.
“Queremos continuar vinculados con todos los participantes y ex participantes de nuestros talleres cuando ya están en el medio libre. Tratamos de apoyarlos, ya sea a través de redes de contacto laborales, de capacitación, en todo lo que podamos gracias a estos vínculos que nosotros hemos tendido a lo largo de los años”.
-¿Por qué te interesó la realidad carcelaria?
-Siempre he sido muy activista de los espacios invisibles, en sectores que son olvidados por la sociedad. Yo me crié en la periferia de Santiago, en Cerrillos. Si bien gracias a mis padres nunca me faltó nada, me enseñaron mucho de conciencia social y aprendí muchísimo viviendo allá tan lejos. Mi interés social viene de ahí.
Estudió cine en la Universidad Arcis y allí sintió que era una privilegiada y que debía devolver a su comunidad todo lo aprendido y recibido.
“Por eso, volví a Cerrillos a hacer clases en colegios en riesgo social de lo que sabía que era cine en ese momento. Me pasó que muchos de los participantes de mis talleres, que eran gratuitos, tenían a sus padres privados de libertad. Ese fue el inicio, al descubrir la complejidad que existe en el tejido social. Me llamó mucho la atención y sentí que podía de alguna manera aportar en ese ámbito.
En 2016, la invitaron a hacer una residencia artística a Petorca, región de Valparaíso. “Decidí entonces llevar esa metodología colaborativa y comunitaria que era solamente cine, a la cárcel de Petorca, que está en medio de la comunidad. En el fondo, me di cuenta que se juntaban muchos de mis intereses sociales y que había mucho por hacer en ese espacio. Desde entonces no he dejado de trabajar en cárceles”.
Relata que este año se incorpora el centro de menores como “nuevo nicho social”, por decirlo así, al proyecto Volver a casa.
“Se ha corrido mucho la voz de lo que hacemos, es un proyecto que ya está consagrado y ha sido increíble poder ampliarnos. Para abarcar así todas estas áreas y poder intervenir en todos esos espacios”.
Antes de la pandemia 2020, había muchos niños que cumplían junto a sus madres la privación de libertad. Post pandemia, agrega, han vuelto madres embarazadas que están por tener a sus bebés, a los centros penitenciarios de nuestro país.
“Como ya estábamos haciendo talleres en las cárceles, cuando vino la pandemia, decidimos trabajar en un módulo de maternidad en Valparaíso. En ese módulo había bebés recién nacidos, guaguas que ya caminaban. Por ley solo pueden permanecer junto a sus madres dos años y después tienen que egresarlos”.
Pero ese trabajo no pudo continuar a causa de la pandemia ya que les dieron el egreso. “Hoy en la cárcel de Valparaíso ya no existe ese módulo de maternidad, que era un espacio amplio en donde los niños circulaban en sus andadores. Ahora es una casa, pero con menos niñeces todavía”.
En la cárcel de hombres les pasó que uno de sus alumnos iba a ser papá y les pidió ayuda para escoger el nombre de su hijo. “Le dimos una lista de la cual no eligió ninguno, pero nos dio las gracias y nos avisó cuál había escogido para que se lo aprobáramos. Ese niño debe tener 3 años y su padre es un hombre libre ya”, recuerda.
Catalina señala que la mayoría de las mujeres privadas de libertad lo están por delitos que perfectamente podrían cumplir bajo arresto domiciliario. Muchas de ellas son madres y pilares fundamentales, tanto emocionales como económicos de su núcleo familiar. “De alguna manera, la privación de libertad, priva de derechos a sus hijes”, sostiene, en lenguaje inclusivo.
A su juicio, las cárceles no tienen infraestructura para recibir a madres embarazadas o con hijos menores durante la privación de libertad. “Además de lo que significa el quiebre y la ruptura, hay un trauma profundo cuando los pequeños deben irse de la cárcel por cumplir cierta edad. Es algo muy complejo, porque independiente del contexto social, nadie mejor que la madre va a poder cuidar de sus hijos”.
Para ella, al conocer el sistema penitenciario se puede entender mejor a la sociedad y sus fracturas.
“En estos seis años de trabajo nunca me ha tocado conocer gente que solo haya tomado malas decisiones. Siempre son personas víctimas de sus circunstancias sociales, que sí, tomaron malas decisiones, pero es triste e injusto que por nacer en un lugar con menos recursos y no tener oportunidades de ser amados, educarse y soñar, terminen en estos espacios”, dice.
Esa realidad le ha permitido darse cuenta de que “nuestra sociedad es profundamente clasista y desigual. Y que sus problemas vienen de una matriz social y política que es muy profunda y compleja. Uno de mis principales aprendizajes ha sido darme cuenta de que la gente que está privada de libertad, en su mayoría lo está por ser pobre. Por no haber tenido oportunidad de pensar siquiera que su futuro iba a ser diferente al de sus padres o abuelos”.
-¿Cómo se financian?
-Uno de los principales desafíos de nuestra organización es darle continuidad económica a nuestro proyecto. Por lo general postulamos al FONDART como cineastas, pero es aleatorio: puede salir como puede no salir. Tenemos que volver a la cárcel porque se nos espera en ese lugar y hay una responsabilidad de nuestra parte de darle continuidad.
Hace dos años, ganaron un fondo de inversión que les permitió comprar los equipos que antes debían arrendar. Así lograron aliviar un poco el peso de la enorme mochila que llevan en las espaldas.
“Este año comenzamos una alianza con Juntos por la Reinserción que ha sido muy provechosa para nosotras: tienen una red increíble con empresas y fundaciones que trabajan por los derechos de las personas privadas de libertad. Nos ha permitido conocer otras modalidades de financiamiento pero también a otros actores sociales que se involucran en el territorio carcelario”.
Catalina Alarcón se define como directora, guionista y artista medial pues se dedica a la realización de experiencias inmersivas, no solo cine lineal, sino cine 360, documental, de ficción. Este año empezó a hacer clases de nuevos medios en universidades, no solo de realidad virtual sino de inteligencia artificial que es otra de sus especialidades.
Ha estado trabajando en la cárcel de San Joaquín, Colina 2, Complejo Penitenciario de Valparaíso de hombres y de mujeres, centros de menores de Talca, cárcel de Quillota, San Antonio y Petorca.
“Cada año aprendo algo nuevo. Es un trabajo que me apasiona”, finaliza.