Quien lo dice sabe de lo que habla, porque como ex voluntaria del Hogar de Cristo por más de dos décadas y como anfitriona por siete años de los elegantes Senior Suites, Paulina Fernández ha dedicado gran parte de su vida al cuidado del adulto mayor. Y en su experiencia ha comprobado que la soledad y sensación de abandono es el denominador común que atraviesa a las distintas clases sociales: ricos, pobres y clase media.
Por María Teresa Villafrade
13 Septiembre 2018 a las
12:27
Hace un año, motivada por las múltiples necesidades que detectó en ese segmento, inició junto a su amiga Ana María Orrego un emprendimiento muy especial que consiste en brindar servicios de traslados, acompañamiento a trámites, consultas y exámenes médicos, salidas recreativas y apoyo en la organización de actividades o necesidades del hogar de los adultos mayores.
“Nuestro trabajo no es simplemente una pega para juntar lucas, porque lo que queremos es que estas personas sean tratadas con el mayor de los respetos. Hemos notado que cada vez es más difícil envejecer con dignidad y no tiene que ver solamente con tener o no dinero, sino con el modelo de sociedad en que vivimos: las familias no tienen tiempo para dedicarles y ellos necesitan de cuidado y compañía”, explica Paulina Fernández.
Ella y su socia Ana María Orrego son auxiliares de párvulos, pero se conocieron trabajando en Senior Suites. “A las dos nos echaron por viejas, por lo que conocemos lo que significa llegar a cierta edad con todas tus capacidades y fuerzas intactas, pero sin oportunidades para trabajar. Nuestras madres tienen 95 y 89 años de edad, y una jamás espera ser descartada de la sociedad por el simple hecho de ser mayor”, precisan ambas.
En esa etapa pudieron comprobar que independiente de la situación económica familiar, los problemas del adulto mayor son transversales. “Yo diría que las carencias son parecidas y la soledad la resienten todos. Los dejan esperando, les dicen que los van a buscar y no van, hay personas que tienen mucha vida social y entonces, nunca hay tiempo para visitar al papá o al abuelo”.
Como parte del servicio que ofrecen, por ejemplo, ellas los llevan y acompañan a las consultas médicas, anotan las indicaciones, porque muchas veces, los adultos mayores no entienden lo que el doctor les dice o sencillamente no oyen bien. “En el fondo, cumplimos el papel que un hijo o una hija no puede cumplir”.
Respecto a los precios, dicen que son muy razonables y que están determinados por el tiempo y el transporte que demanden.
Las carpas de Alto Hospicio
Paulina recuerda con mucho cariño su pasado como voluntaria del Hogar de Cristo. Todo comenzó en Iquique cuando ella tenía 30 años y junto a su marido se radicó allá. “Con la ayuda de otros matrimonios, organizamos la primera hospedería del Hogar en Alto Hospicio, que era un peladero desértico lleno de carpas donde la pobre gente vivía. Recuerdo que invitamos al padre Renato Poblete y él estaba muy contento”, agrega.
Después al regresar a Santiago, fue voluntaria en un jardín infantil abierto de La Pintana y durante tres años trabajó en la Fundación Paréntesis. Ana María, en tanto, fue voluntaria de la Cruz Roja.
“Formamos parte de una generación que creció con mucha conciencia social y eso es lo que más nos motiva”, concluyen, contentas y satisfechas, por la buena acogida que su actual servicio ha tenido: “Ya estamos pensando en incorporar otra persona porque no estamos dando abasto y además, debemos cuidar de nuestras propias madres”.
Si tienes interés en el servicio que ofrecen Paulina y Ana María, toma contacto aquí con ellas: paulinafernandezj@gmail.com