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Pobre, menor de edad, mujer:

El peor de los mundos

El 17 de marzo pasado, Hogar de Cristo lanzó el tercer estudio de la serie “Del Dicho al Derecho”. Esta vez el tema es la situación de niñas y jóvenes en residencias de protección del Estado. El libro hace ver la urgente necesidad de considerar la dimensión de género en el cuidado y reparación de los traumas que cargan las Lissette Villa de Chile, para ayudarlas y no terminar provocándoles más daño.

Por Ximena Torres Cautivo / Publicada por Revista Mensaje

9 Mayo 2021 a las 17:38

Cuando Náyade llegó a un programa terapéutico del Hogar de Cristo, los datos de su ficha eran elocuentes: a los 9 meses fue ingresada por primera vez al Sename. A los 10 años presentaba daño orgánico severo por consumo de pasta base y tolueno. Tenía varias enfermedades de transmisión sexual, VIH incluido. Murió a los 19 años en calle, donde había vivido casi toda su vida.

Su caso es un doloroso ejemplo de la “interseccionalidad de género”, concepto que Hogar de Cristo incorpora en el estudio “Ser niña en una residencia de protección en Chile”, que presentó en marzo pasado en un seminario virtual. Náyade –cuyo nombre es ficticio, no así su historia– pasó y se fue de este mundo en la más sola de las soledades, con la tristeza más triste y la inconsciencia más inconsciente, para terminar con la más muerta de las muertes: las muertes de esas vidas que nadie quiere recordar… salvo otras mujeres, como la psicóloga, Carolina Reyes, quien la considera una suerte de “niña símbolo” de la vulnerabilidad femenina. “En el programa donde la conocí se conjugaban las variables más terribles de la pobreza: abandono, abuso, problemas de salud mental, explotación sexual comercial, consumo problemático y el hecho de ser mujeres”.

Esta suma de condiciones que contribuyen a la vulneración, exclusión y estigmatización de las mujeres es lo que se denomina interseccionalidad de género y alude a que “las niñas, adolescentes y mujeres pueden ser víctimas de discriminación múltiple, producto de la intersección entre dos o más factores de discriminación. El concepto fue acuñado en 1989 por la abogada Kimberlé Crenshaw para destacar que en Estados Unidos las mujeres negras estaban expuestas a violencias y discriminaciones por razones tanto de raza como de género”.

Acá, las investigadoras del Hogar de Cristo –la psicóloga Claudine Litvak, secundada por Carola Salas, Catalina Ortúzar y Consuelo Laso—trabajaron con la ayuda del Centro Iberoamericano de Derechos del Niño (CIDENI) y el apoyo de su fondo de publicaciones para imprimir una pequeña partida de 500 ejemplares que se difundirán entre los constituyentes electos y otras autoridades relacionadas con la temática. El trabajo, que se puede descargar en https://www.hogardecristo.cl/sernina/, contó además con el apoyo de las fundaciones Colunga, Ilumina, Kawoq y Luksic.

Fueron esas fundaciones las que financiaron las dos residencias piloto que Hogar de Cristo desarrolló a partir de otro estudio lanzado en 2017: “Del Dicho al Derecho: Estándares de calidad para residencias de protección de niños y adolescentes”. Hablamos de una para niños, en Santiago; y de otra, para niñas, en Viña del Mar. La primera sigue funcionando; la segunda fue incendiada por una de las residentes y el caso aún es objeto de investigación judicial.

Paulo Egenau, director social del Hogar de Cristo, dijo a El Mercurio a propósito del lanzamiento de “Ser Niña”: “Nos dimos cuenta de que esa primera investigación no tenía una mirada de género profunda, lo que es una gran falencia pues no es lo mismo una residencia para niñas que una para niños. Es algo que veníamos viendo y viviendo desde hace muchos años. Lo sabemos por los jóvenes que están excluidos del sistema escolar, por los que presentan problemas de salud mental, por los programas de víctimas de violencia intrafamiliar… En todo, las mujeres están atrás. Y no hay una reflexión profunda, seria, profesional y sistemática destinada a satisfacer las necesidades específicas de la mujer. El punto de partida entonces es una estrategia para aplicar el enfoque de género en el trato terapéutico y una educación con enfoque de género”, sostuvo, enfático.

Carolina Muñoz, directora de la Escuela de Trabajo Social de la Universidad Católica, alude a esto mismo en la introducción del estudio. Escribe: “Este libro surge de mirar críticamente la reflexión previa de ´Estándares de calidad para residencias de protección´. Ese fue el ´a priori´ que dio origen a un nuevo pensamiento. Y este pensamiento pone al centro de la discusión lo que es ser mujer en Chile (…). Las niñas y adolescentes, todas, pero especialmente aquellas que están en el cruce de la pobreza, que es en sí una vulneración, sumada a otras vulneraciones que las introducen en el precario sistema de cuidado alternativo, están en el comienzo de un camino que, de no ser re-direccionado, las empujará a la ausencia de autonomía, poder y vínculos sociales significativos, tal como vivieron linajes previos de madres y abuelas. Sabemos que en el sistema de protección especializado, la inter-generacionalidad en cuestiones de género es un arma poderosa, porque es lo conocido, lo establecido, lo que morigera la sensación de vulnerabilidad, casi que protege. De allí las resistencias inconscientes para procesar experiencias traumáticas, más aún ante la falta de una alternativa que cuide a la niña, a la adolescente, a la mujer adulta y a la mujer mayor de esa desprotección con la que nació, porque estaba todo hecho para el hombre y la miseria no era sólo económica; era también violenta, abusiva y aplastante”.

REDES DE EXPLOTACIÓN SEXUAL

Mercedes es hija de Lía y nieta de Juana, todas son de una caleta cercana a Tocopilla, donde por generaciones se han dedicado a la recolección de algas. Mercedes trabaja desde pequeña, no conoció a su padre y nunca fue al colegio, al igual que sus nueve hermanos. Su madre y abuela tampoco. Los pescadores y recolectores de la caleta consumen mucho alcohol; su madre y su abuela, también. En este contexto, son normalizadas las relaciones de hombres mayores con niñas y adolescentes, a las que llaman “enamoramientos”.

A los 12 años, Mercedes fue al Hospital de Tocopilla por fuertes cólicos. El médico identificó la causa: estaba embarazada. Se presentó una denuncia por violación y Mercedes ingresó al Sename por vulneración grave de derechos. Su mamá no entendía: ¿Por qué un juez decidía por ellas? ¿Qué había de malo en que Mercedes —al igual que ella y su abuela— trabajara en la caleta y no estudiara? ¿Cuál era el problema de que un hombre de 58 años estuviera enamorado de ella, si quizás habría sido un buen padre para el hijo que ella esperaba?

Este relato cierra el capítulo 2 del libro y le pone cruda realidad a una infinidad de cifras que demuestran que las mujeres pobres son por todo más pobres, vulnerables y discriminadas que los hombres. En esferas claves como educación, salud, trabajo e ingresos, cuidado familiar, violencia de género, ellas están siempre peor si se les compara con ellos. A esta interseccionalidad de desventajas, se agrega otro concepto: la intergeneracionalidad de la que hablaba Carolina Muñoz.

El psicólogo y director de Protección Integral del Hogar de Cristo, Carlos Vöehringer, lo explica así: “Cuando miramos la evidencia nacional e internacional, las mujeres acarrean mayor trauma de índole sexual: abuso, violación e incluso explotación sexual comercial, tienen más problemas de salud mental, como depresión, autoagresión, intento de suicidios. Por otro lado, está la intergeneracionalidad de las vulneraciones: las trayectorias de exclusión de las niñas bajo el cuidado del Estado son las mismas que han experimentado sus referentes significativos: sus madres, hermanas, abuelas tienen las mismas historias de pobreza, violencia y vulneración, tal como en el caso de Mercedes, Lía y Juana. Por eso, la tarea es cómo empoderamos a unas y a otras para recuperar a las niñas y que puedan salir del círculo del que forman parte. Lograrlo depende del trabajo terapéutico, pero sobre todo pasa por un cambio social que acabe con las estigmatizaciones sexistas”.

Maryorie Dantagnan, experta en daños traumáticos y trastornos del apego en niños maltratados, presentó el estudio. Lo hizo desde Barcelona, donde es parte de EXIL, una oenegé que atiende a personas traumatizadas por diferentes tipos de violaciones de los derechos humanos. Ella dice: “Estas niñas han crecido en contextos de grave desprotección, en que hay una coexistencia con todo tipo de victimizaciones, no sólo la sexual: maltrato emocional, físico, abandono… Aunque podemos asociar causalmente la victimización sexual padecida con los graves problemas de salud mental que presentan estas niñas: depresión, conductas auto-lesivas, re-victimización sexual, debemos hacerlo con precaución y cuidado. Todos estos problemas no son simples de tratar y requieren atención especializada para ser abordados. Reparar las consecuencias del abandono y la negligencia afectiva y contextual, sobre todo en la primera infancia, conlleva un desafío tan grande como la reparación del daño provocado por la victimización sexual”.

El capítulo que más impacta del libro es el sexto de un total de siete. Trata sobre las redes de explotación sexual que rondan a estas niñas y adolescentes, un fenómeno del que hasta ahora nadie se ha hecho cargo –ni las policías, ni la Justicia, ni los organismos de Salud-. Revista Sábado abordó el tema reaccionado al estudio en un impactante reportaje. Carlos Vöehringer afirma: “La explotación sexual comercial es una de las vulneraciones de derechos más graves que puede afectar a una niña o adolescente; está catalogada al nivel de la tortura, sin embargo, en Chile, no está tipificada como delito, lo que hace muy compleja su persecución y condena”.

El libro explica cómo operan los delincuentes, embaucando a estas niñas y jóvenes mediante un proceso de seducción denominado grooming, que consiste en ofrecerles una falsa seguridad, mediante regalos, alimentos, apoyo económico incluso a sus familias, para luego usarlas como mercancía sexual. Los efectos de la explotación sexual son desgarradores: las víctimas corren un elevado riesgo de embarazos no deseados, de contraer SIDA u otras infecciones de transmisión sexual, de padecer problemas de salud mental y conductas de riesgo asociadas al trauma complejo, y experimentar re-victimización a lo largo de toda su vida.

¿Qué hacer? ¿Cómo terminar con esta atrocidad?

Lo primero es visibilizar el tema e instalar una mirada comprensiva de género no sólo al análisis, sino a los procesos de cuidado y de reparación, porque hasta ahora las residencias, más que sanar, han profundizado el daño.

Carlos Vöehringer detalla qué busca lograr el Hogar de Cristo con esta publicación. No es poco. Dice:

-Esperamos que se reponga el Observatorio de Explotación Sexual de Niños, Niñas y Jóvenes, que no opera desde 2017; que se apruebe la Ley de Garantías de los Derechos de la Niñez y la Adolescencia, con especial énfasis en las desventajas que afectan a las niñas; que se instale una mirada mucho más preventiva a nivel territorial para evitar que lleguen niñas y niños al sistema alternativo de cuidados del Estado. Se requiere aplicar y no sólo declarar un enfoque de género en las residencias. Esto significa que los equipos deben tener una formación especializada. Se deben desarrollar espacios de información para que las niñas y adolescentes se vean como víctimas y se liberen de las redes de explotación, incorporando en el proceso a las familias. Hay que desarrollar apoyo de todo el sistema en la transición de las jóvenes a la vida adulta. Y generar una legislación moderna y efectiva para la persecución del delito de explotación sexual comercial. En el largo plazo y casi parece un sueño: se requiere lograr un cambio social y cultural en Chile, de modo que nacer mujer no sea algo que incida negativamente en la trayectoria de vida de una persona”.

Si te importan las niñas en residencias de protección, ayúdanos a ayudarlas y

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