"La emergencia activa nuestra esencia"
La directora de operación social nacional del Hogar de Cristo no para. Desde comienzos de marzo, cuando la pandemia llegó a Chile, las reuniones virtuales para coordinar el funcionamiento de los programas, la tienen todo el día frente al computador, administrando incertidumbres y conteniendo angustias, pero sobre todo impresionada por la calidad técnica y humana de los equipos.
Por Ximena Torres Cautivo
5 Mayo 2020 a las 12:55
“Gestión social en contexto de emergencia” es el nombre técnico que le pone la sicóloga Solange Veloso (59) a la titánica tarea que tiene sobre los hombros como directora nacional de operación social del Hogar de Cristo durante la pandemia por coronavirus.
Esa frase fría y profesional significa ni más ni menos que los más de 40 mil personas de extrema vulnerabilidad y pobreza que atiende la fundación en 304 programas sigan recibiendo servicios, apoyo y -ahora especialmente- protección contra el riesgo de contagiarse y la posibilidad de guardar cuarentena preventiva. El foco principal ha estado puesto en las residencias y hospederías que albergan a 4.500 personas de alto riesgo. Hablamos de adultos mayores en abandono, muchos postrados, la mayor parte con larga experiencia de vida en calle lo que se ha traducido en enfermedades crónicas; hombres y mujeres con discapacidad mental; y personas en situación de calle, prematuramente envejecidos, con consumo problemático y patologías físicas y mentales diversas. En conclusión: población de altísimo riesgo de enfermar y eventualmente perecer de Covid-19.
Pero no es todo, a esto se suma el enorme universo de familias, lactantes, niños, jóvenes y ancianos que atiende la fundación en servicios ambulatorios, desde nuestras salas cunas, hasta los programas de apoyo a adultos mayores y sus cuidadores. Son familias y personas que están solos en sus viviendas mínimas, confinados, en medio de territorios vulnerables y violentos, donde la falta de ingresos y las carencias de todo tipo están exacerbándolo todo.
-Nuestros equipos, que además están incompletos, porque entre nuestros trabajadores también hay población de riesgo, personas con enfermedades crónicas, mayores, que están haciendo cuarentena y trabajando desde sus casas, son de una potencia notable. Súper buenos, sólidos, y hablo tanto de los de trato directo que están con las personas en las residencias y hospederías, como de los jefes de operación, los dirigentes sindicales, los equipos de soporte y de los subdirectores. Es la capacidad de coordinación la que se pone a prueba en estos momentos y todo el mundo despierta, se activa, se entrega con pasión al cuidado de nuestros acogidos, a impedir que se contagien, a que estén lo mejor posible dentro de las circunstancias. Es como si la emergencia activara con más fuerza la esencia misma del Hogar de Cristo: la entrega a los más vulnerables, que está presente en cada uno de nuestros trabajadores –sostiene con una convicción contagiosa.
Lo sucedido después del 18 de octubre y la presente emergencia sanitaria mundial son, sin duda, experiencias nuevas, inéditas, nunca vistas, “para las que nadie estaba preparado. Muy distintas de terremotos, incendios, aluviones”, enumera Solange, “donde todos sabemos más o menos con claridad lo que tenemos que hacer”. Y resume así la gran diferencia con esas tragedias anteriores que a la luz de la actual parecen manejables: “La pandemia por coronavirus es sólo incertidumbre. Lo único que sabemos es que durará mucho tiempo y creo que tendrá consecuencias sociales profundas”.
TIEMPO DE ESCUCHAR
-¿Cómo se trabaja cuidando a otros en medio de esa tremenda incertidumbre, con tantas necesidades y urgencias?
-Mi mensaje para los equipos es que debemos aprender a administrar la incertidumbre. Antes estábamos preparados para manejar equipos, acogidos, presupuesto, recursos a un año plazo e incluso por quinquenios. ¡Imagínate que la pandemia nos pilló haciendo la planificación 2025! Ahora, con suerte, tenemos certezas para los próximos tres días. Por eso, yo les digo: calma, dosifiquemos la energía. Organicemos los turnos, cuidemos a los equipos, la indicación es cuidémonos para cuidar. Se trata de estar poniendo paños fríos todo el rato y objetivando las dificultades y problemas para que nadie se estrese. Pero como los equipos son tan buenos, tan comprometidos, con tanta mística, todos se activan y son capaces de actuar en siete frentes al mismo tiempo.
Con reuniones remotas a diario, todos se están volviendo expertos en “gestionar la incertidumbre” e ir sacando adelante las tareas en este contexto de emergencia que se inició a mediados de marzo con dos objetivos claros. El primero fue priorizar la atención en aquella población que requiere servicios residenciales, implementando barreras y procedimientos de cuidado y de protección de contagio para trabajadores y participantes, y, el segundo, asegurar servicios mínimos de protección en salud y alimentación para toda la población atendida. Todo esto, como señala Solange, “sin saber a ciencia cierta con qué nos estamos enfrentando”.
Las dificultades para contar con los insumos de seguridad sanitaria básicos fue una complejidad cotidiana desde el comienzo. “Faltaban mascarillas en todos lados y había que llegar con esos elementos de protección personal que se han vuelto escasos y cotizados en el mundo. Teníamos que reaccionar a nuevas medidas sanitarias y a las definiciones de cuarentena y cordones sanitarios cambiantes, adaptando un presupuesto que no tenía considerados los costos de la emergencia”, explica la directora nacional de operación social del Hogar de Cristo. Hace notar lo costoso de convertir las hospederías para personas en situación de calle, que hasta antes de la emergencia funcionaban por las noches, ofreciendo cenas y desayunos, en dispositivos que operan 7×24, y en la mayoría de los casos en cuarentena, lo que obliga a adaptar los espacios para mantener el distanciamiento físico recomendado y separar a los menos autónomos y mayores de los jóvenes y autovalentes. Esto duplica el personal, la alimentación, la sanitización e higiene, por mencionar, los gastos más obvios y significativos, pero hay que invertir energía y recursos en situaciones propias de personas que tienen consumo problemático, como el manejo del síndrome de abstinencia.
En medio de todas estas urgencias, lo central siempre es “enfocarse en la tarea y en las personas. Lo que estamos viviendo nos obliga a replantearnos todo. Es algo similar a lo que pasó con Chile después del 18 de octubre: no podemos hacer lo mismo que veníamos haciendo o no se pueden hacer las cosas de la misma manera. Lo fundamental es oír, porque las soluciones deben ser construidas entre todos. Hoy es clave darse el tiempo de escuchar, de consensuar soluciones y de ahí aplicar medidas”.
LA PRUEBA DE LA BLANCURA
Solange sale de los programas residenciales para hablarnos de los ambulatorios. Se refiere a los de apoyo a los adultos mayores que viven solos en sus casas, situación que se empeora en sectores rurales y aislados; a los que ayudan a hombres y mujeres con discapacidad y a sus cuidadores; a las familias de los niños y lactantes que van a salas cuna y jardines del Hogar de Cristo y que en muchos casos se han quedado sin ingresos, sólo por mencionar algunos.
“Allí la preocupación de los equipos se centra en cómo hacen cuarentena todas esas personas y se cuidan, cuando viven al día y necesitan ganarse la vida, alimentar a los niños, pagar el arriendo. Ahí, fuera, en los territorios, se está sintiendo fuertemente la crisis económica”, detalla la sicóloga y comparte la lista de inquietudes que tienen los jefes de operación social de todo Chile sólo en relación a los adultos mayores.
Leemos parte de sus informes: “Gran número de cuidadoras de los programas de apoyo domiciliar a familiares que atienden a un hijo, nieto, pariente con discapacidad mental son adultas mayores, lo que les genera mayor vulnerabilidad. Hemos visto tanto en ellas como en las personas que cuidan aumento de cuadros de estrés, producto del encierro, la falta de actividades y temor al contagio”. “Muchos usuarios que deben seguir asistiendo a controles médicos por otras patologías y también a buscar remedios, no están siendo atendidos”. “La brecha digital es evidente; la mayoría de las cuidadoras no maneja redes sociales, ni cuenta con teléfonos a los que se les pueda añadir una red social”. “Se han cancelado recetas de fármacos y controles médicos, lo que inquieta a las familias dado a los diagnósticos de base de sus hijos lo que los hace más propensos a descompensaciones”. “El pago de pensiones ha sido una dificultad, el depósito en las cuentas RUT no ha sido simple”. “Un porcentaje importante de adultos mayores que se dedican al comercio informal para alcanzar a cubrir los gastos del mes, hoy no tienen esa opción”. Cada programa tiene su propio y complejo afán, hoy que la cesantía y la imposibilidad de ganarse la vida con empleos informales se ve dificultada.
-¿Crees que veremos niveles de pobreza impensados?
-Todos vaticinan que será peor que lo vivido para la crisis del 80, otros comparan con la de 29. Yo no tengo elementos para proyectar, pero creo que habrá que innovar en soluciones. Como dije: no se podrá hacer lo mismo que veníamos haciendo como sociedad para combatir la pobreza y la desigualdad –reflexiona Solange, quien lleva casi 25 años trabajando en el Hogar de Cristo, donde partió atendiendo a niños en situación de calle. Antes había estado en el Sernam, en Antofagasta. Esa experiencia y la simple observación la llevan a responder así cuando le preguntamos qué explica que el 81 por ciento de los trabajadores del Hogar de Cristo sean mujeres. Nos dice:
-Por una cuestión cultural, histórica, todas las labores de asistencia y ayuda son hechas por mujeres. ¿Quiénes están a cargo de los hijos, de los adultos mayores, de las personas con discapacidad? Las mujeres, a nivel familiar y profesional, eso es así, más en una causa que tiene como misión apoyar a los más frágiles y desvalidos. La operación social descansa en personas, mayoritariamente mujeres, que saben que su trabajo es como el corazón de nuestra causa y que, por lo mismo, debemos pasar siempre la prueba de la blancura, con pandemia o sin ella, y eso es poner a las personas que atendemos al centro y hacerlo con humanidad y cariño.