¿Cómo tratar el consumo problemático de alcohol y drogas a la distancia?
La cuarentena decretada a mediados de marzo en el país a raíz de la pandemia, significó enormes desafíos para los programas residenciales y ambulatorios del Hogar de Cristo que brindan apoyo terapéutico a las personas más vulnerables con consumo problemático de alcohol y drogas. Aquí dos jefas de programa y el director técnico nacional cuentan cómo se ha enfrentado la situación y el aprendizaje que la experiencia ha dejado.
Por María Teresa Villafrade
27 Agosto 2020 a las 17:00
“Cuando comenzó la pandemia el 16 de marzo pasado, nos congelamos. De los 52 participantes del programa, muchos comenzaron a irse a sus casas ante la incertidumbre de no saber lo que le pasaría a sus familias. Tenían miedo”, cuenta la trabajadora social Paola Rivas, jefa desde 2011 del Programa Terapéutico Residencial Mixto Villamávida, en Concepción.
Los 40 hombres y 12 mujeres con consumo problemático de alcohol y drogas que estaban siendo atendidos habían sido derivados de los servicios de salud de Concepción, Talcahuano, Arauco, Biobío e incluso de otras regiones, a propósito del convenio con el Servicio Nacional para la Prevención y Rehabilitación del Consumo de Drogas y Alcohol (Senda) y el Ministerio de Salud.
Sin embargo, algunos eran personas en situación de calle que no tenían hogar, lo que significó que el programa iniciara una cuarentena preventiva y continuara operando con aquellos que no podían irse.
“Para evitar los contagios creamos turnos especiales en el equipo, porque notamos que en los hospitales se contagiaban los funcionarios porque no había un tiempo de ventana. Armamos dos equipos de trabajo -día y noche-, semana por medio y turnos de fin de semana de manera que hubiera rotación”, explica Paola.
A la semana siguiente y con el 60% de los participantes reubicados en sus casas, comenzó el desafío de seguir brindando el mismo apoyo terapéutico a todos de manera remota, con cinco intervenciones diarias, a través de distintos profesionales por semana: técnico en rehabilitación, sicólogo, siquiatra, terapeuta ocupacional y sicopedagogo.
“Hubo que adaptarse al uso de las herramientas tecnológicas y plataformas que antes no conocíamos y ser más flexibles en todo sentido. Pasamos más tiempo en reuniones por videollamadas con el usuario y con su familia. A veces te llaman a las 7 de la tarde porque tienen necesidad de consumo, y no le puedes decir que te llamen mañana, es una nueva normalidad en la que tenemos que seguir acompañando a los participantes en este proceso”, agrega Paola.
El equipo debió enfrentar no sólo la atención al usuario sino también las angustias de las familias que no sabían lidiar con el síndrome de abstinencia y con el temor al contagio si la persona entraba y salía del hogar para seguir consumiendo. “Tuvimos que trabajar en una comunicación afectiva y efectiva, orientar a la familia para que sepa que si se recae, el proceso no se ha perdido”.
Uno de los cambios que Paola Rivas ha notado durante estos meses de pandemia en la región en cuanto al consumo es que si antes prevalecían la pasta base y el alcohol, hoy es principalmente alcohol, marihuana y fármacos. Lo atribuye a que se ha hecho más difícil la venta de drogas más duras como la pasta base, en cambio el alcohol está más a la mano. “De mayo en adelante, la mayor cantidad de derivaciones que hemos recibido en la región ha sido de hombres y mujeres, con alto consumo de alcohol, independiente de la edad. Entre los más jóvenes se registra mayor consumo de alcohol y fármacos y, entre los más adultos, de alcohol y marihuana. A nivel mundial, según los estudios que se han hecho en pandemia aumentó la curva en el consumo de alcohol en los adolescentes”, dice, preocupada.
Pese a lo agotador que ha sido para todo el equipo el trabajo remoto ya que se sumaron más variables a considerar, como el encierro y la incertidumbre por el sustento familiar de los participantes del programa, la profesional señala que han tenido cinco altas terapéuticas. “Estamos convencidos de que la única manera de avanzar es continuar abriendo puertas, yo miro la pandemia desde el lado de la solidaridad, queremos ser un eslabón más. Centrarse solo en el dolor, quita mucha energía, esa es la visión que tenemos en el equipo. ¡Vamos que se puede!”, señala la trabajadora social del programa Villamávida en Concepción, que vuelve a estar con cuarentena indefinida al igual que Penco y Tomé.
COMPROMISO A TODA PRUEBA
Para la sicóloga Sucy Muñoz, Jefa de Programa Terapéutico Residencial de Mujeres Quilicura, en Santiago, el inicio de la pandemia significó que una de las 18 usuarias en avanzado estado de embarazo y de alto riesgo tuviera que ser enviada a su hogar, sin interrumpirle el tratamiento en curso. Algunas estaban en la residencia con hijos menores de 5 años. La mitad regresó a sus hogares y la otra mitad se quedó.
“Fue un desafío muy grande porque tuvimos que empezar de una manera muy rápida a reestructurar nuestro trabajo en función de la información que se iba emitiendo a nivel país y de los protocolos de la autoridad sanitaria. Algunas de las participantes no tenían redes familiares por lo que mantuvimos abierto el programa y para las que estaban afuera se nos planteó hacer intervenciones remotas. Ese fue el primer gran cambio y el más importante porque en ese momento no sabíamos qué efecto iba a tener y si cubriría las necesidades de nuestras participantes. Como equipo nos organizamos para continuar haciendo trabajo presencial e incorporamos distintos tipos de intervención de manera remota: individuales y grupales”, explica la sicóloga.
El principal escollo tuvo que ver con que no todas tenían acceso a un teléfono y a veces había que acudir a una vecina que facilitara su celular para el llamado. La otra complejidad radicaba en que no se sabía qué tan expuestas estaban al consumo y al contagio estando fuera del programa.
“Hemos tenido, por otro lado, espacios interesantes para conocer sus contextos, porque pudimos estar más cerca de sus familiares, de sus dinámicas cotidianas y no sólo imaginarnos lo que ellas comentan estando en la residencia de Quilicura. Ha sido muy enriquecedor poder conectar con sus propios espacios, con sus distintas realidades, con las pocas o escasas redes que tienen, contactarnos de manera directa con algunos familiares, todo para abordar el tratamiento lo más completo posible”, añade.
No ha sido fácil ya que el equipo se organizó con turnos éticos y se ha ido rotando, pero dando continuidad al trabajo multidisciplinario. “Nos hemos ido alineando a la realidad cotidiana de ellas, ha sido difícil pero también hemos tenido términos de procesos exitosos con usuarias que han terminado su proceso en sus casas con acompañamiento remoto y no tuvieron que volver al programa”.
Si bien aún no han sacado cálculos cuantitativos, Sucy Muñoz estima que se ha mantenido el mismo nivel de resultados en tiempos normales. “Para las chiquillas que se quedaron en la residencia, no poder salir ni ser visitadas por sus familias, por sus parejas, sus hijos, ha sido complejo, pero lo han sobrellevado bastante bien y han logrado sostenerse con el apoyo del equipo. No he visto una gran baja, abandono o retroceso más que lo habitual en un rango de 5 a 6 meses”, dice.
Hace un par de meses comenzaron el plan de retorno a la residencia por lo que actualmente hay 14 de las 18 participantes. Para ello se habilitaron dos habitaciones de aislamiento para cumplir con las dos semanas preventivas de cuarentena y evitar contagios. Muy al principio tuvieron un caso, pero se manejó bien y no ha habido más.
“Lo más importante a destacar para mí es el nivel del compromiso del equipo con nuestras participantes, porque a pesar de todo el cansancio, el miedo, las preocupaciones personales, mantuvo intacta su dedicación y gracias a eso se pudieron llevar adelante los cambios de manera progresiva para continuar el trabajo y realizar todas las intervenciones sin que ellas se vieran perjudicadas”.
Otro gran aprendizaje ha sido constatar que las intervenciones remotas han sido igual de efectivas que las presenciales. Un aspecto en el que coincide Carlos Vöhringer, director técnico nacional de Protección Integral y Apoyo Terapéutico, quien señala que continuar brindando techo, alimentación y apoyo terapéutico a los usuarios con un equipo mermado por las circunstancias de la pandemia ha sido lo más extremo que le ha tocado experimentar.
“Fue tan dramático que en el programa residencial Manresa, en Colina, el primero de los programas del Hogar de Cristo que tuvo casos de contagio en el equipo, nos impuso soluciones urgentes, ya que tres de sus participantes no tenían otro lugar donde hacer su cuarentena, así es que hubo que mantener operando la residencia. En ese momento no existían albergues sanitarios que aceptaran personas con problemas de consumo o en situación de calle como hay ahora”, recuerda.
De acuerdo con las indicaciones del Senda y del Ministerio de Salud, se optó por generar estos espacios mixtos, donde se atendía de manera remota a los que volvieron a sus domicilios y presencial a los que seguían en las residencias. En los programas ambulatorios, eso sí, la atención se resolvió a distancia en forma permanente.
“La base de todo esto es que existía previamente un vínculo, la confianza, porque si ese vínculo no existe es mucho más difícil construirlo a distancia. Sigo creyendo después de estos meses que lo presencial es fundamental, no puedes soslayarlo ni intercambiarlo por lo remoto. Sin embargo, creo que se han caído prejuicios respecto al teletrabajo y nos hemos dado cuenta que tiene un valor enorme y puede complementar muy bien lo que antes se hacía exclusivamente de manera presencial. No solo el seguimiento, sino atenciones específicas que pueden hacerse de manera remota y no exigir que las personas se trasladen siempre al centro para ser atendidas. Ha sido un bonito descubrimiento que nos hizo abrirnos a lo novedoso para seguir ofreciendo el servicio”.
Sin embargo, debe protocolizarse el método con estándar de atención, consentimiento de las personas y capacitación de los equipos. “Estamos en el camino de definir qué se puede hacer a distancia y qué tiene que ser presencial, dada la naturaleza del servicio que entregamos. Si esta pandemia nos hubiera tocado 20 años atrás, nos habría golpeado muy fuerte. Por fortuna nos pilló como Hogar de Cristo mucho mejor preparados para enfrentarla, desde la óptica de la atención remota, porque tecnológicamente ya están los medios y los hemos sabido aprovechar en beneficio de las personas que atendemos y sus objetivos terapéuticos”, concluye Carlos Vöhringer.
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