José Francisco Yuraszeck Krebs. Capellán del Hogar de Cristo.
18 Noviembre 2019 a las
15:14
Cuando algo tiene un precio muy elevado, decimos que “cuesta un ojo de la cara”. Nunca una frase hecha ha tenido más sentido que ahora en que, tras la actuación represiva de las fuerzas especiales, cerca de 200 jóvenes han recibido proyectiles en sus ojos, perdiendo parcial o totalmente la vista. Es comprensible que la ciudadanía esté furiosa con el actuar de Carabineros. Marchas pacíficas son fuertemente reprimidas, cuando a pasos unos pocos destrozan y saquean, con escasa intervención policial. Si no se legitima la autoridad con un actuar racional, estamos a un tris de que civiles quieran defender su vida y sus bienes empuñando las armas.
Pablo, uno de los mutilados visuales, ante la pregunta del New York Times, respondió: “Si es que ganamos algo, éste va a ser un ojo ganado, no uno perdido”. Abundan los análisis que dan luz sobre los motivos de la explosión social. Las iglesias, las Fuerzas Armadas, las empresas, se han visto envueltas en casos de abuso, colusión y corrupción. Con la desaceleración del crecimiento, las frustraciones han ido ganando a las esperanzas. Las abismantes desigualdades no ceden. La tasa de participación electoral no ha hecho más que bajar, empujada por el carácter voluntario del voto. Los partidos políticos tienen menos aprobación incluso que el gobierno, por lo que difícilmente se pueden arrogarla representatividad de las demandas de la mayoría.
Esperemos que estos ojos que ya no podrán ver, nos muevan a mirar más allá de nuestro metro cuadrado e intentemos, dialogando, encontrándonos – tal como hizo la mayoría de las fuerzas políticas el jueves pasado pavimentando el camino de una nueva Constitución-, proponer vías para el futuro iluminando nuestros puntos ciegos. El tejido social y la amistad cívica, hoy más que rotos, solo podrán recuperarse si cada cual cede en sus posiciones y conveniencias, y avancemos por la senda del bien común, privilegiando las demandas de los más pobres y excluidos.