Luego de estar un año en Villamávida, programa de tratamiento residencial para consumo de alcohol y otras drogas del Hogar de Cristo, por fin podrá cerrar este proceso que da inicio a otra etapa cargada de amor.
Por María Luisa Galán
24 Noviembre 2020 a las
09:49
En marzo del 2019 Victor Beltrán comenzó un largo proceso para cambiar su vida, una marcada principalmente por la tristeza y el trauma por el fallecimiento de su esposa ocurrido hace 14 años, quedando al cuidado de sus dos hijas. “Fui papá y mamá”, dice. Ese verano había sido de excesos, terminó hospitalizado por consumo de alcohol y ese fue su toque de fondo para tomar el timón y dar un giro. Postuló e ingreso a Villamávida, programa de tratamiento residencial para consumo problemático de alcohol y otras drogas del Hogar de Cristo ubicado en Florida, a pocos kilómetros de Concepción.
Tiene 52 años y es oriundo de Coronel, hijo de un maestro eléctrico minero. Su propio padre, hoy fallecido al igual que su madre, no le recomendó seguir su senda. Hoy trabaja en el liceo comercial de la ciudad del carbón como mano derecha del director.
Esta semana cierra un proceso que duró un año en Villamávida. Había terminado su tratamiento un poco antes de que comenzara la pandemia en Chile y por el confinamiento, la ceremonia se pospuso hasta esta fecha, en una actividad que realizará de forma virtual. Está feliz. “Estoy súper bien porque nunca pensé que iba a producirse un cambio en mí y que iba a ser otra persona. Había hecho tratamientos antes, pero eran más con psicólogos, cursos como para sobrevivir, pero acá en Villamávida era completo: teníamos actividades, todo el día ocupado. Nos levantábamos a las 7 de la mañana, hacer las camas, bañarnos, desayuno, almuerzo, once, cena y después a acostarse. Me gusta estar haciendo cosas y no aburrirme”, cuenta sobre la rutina que tenía en la residencia.
Agrega: “Me ayudaron a madurar. Los gestores, asistentes sociales, médicos, todos, me sacaron el luto que tenía de mi señora. Aprendí a hablar, a defenderme y dar mi opinión. Gracias a mi gestora, la señorita Jenny, a Dios y al grupo que me ayudó mucho, estoy bien ahora. En esta pandemia varios recayeron pero yo no, gracias a Dios”, cuenta Víctor que a pesar de los altos y bajos de estos complejos meses no volvió a consumir alcohol; y aunque su hígado está dañado tiene todo el ánimo para seguir. Sus principales motivaciones son su hija Lilian y su amiga cubana Yumira García, mujeres que lo han apoyado en todo este proceso.
A Yumira la conoció a través de internet y dice que le cayó del cielo. “Ella es asistente social de los niños desnutridos. Se ha preocupado de mí, me da valor, me pregunta si me he tomado los remedios”, cuenta sobre su relación que de amigos pasaron a ser enamorados. Hablan casi a diario por videollamada. Hoy ella está preparando los papeles para venir a Chile. “Lo único que quiere es conocerme y darme un gran abrazo. A futuro espero hacer la vida con ella y ella quiere lo mismo. Espero que todo resulte, hemos estado en las buenas y en las malas, esta carrera la hemos sufrido los dos juntos”, cuenta con entusiasmo y agradecimiento sobre su polola cubana.