Dos enfermeras y un ingeniero comercial se unieron para sanar las lesiones de personas en situación de calle. Las primeras desde su expertise médica, el segundo desde la gestión de recursos. Hoy asisten cada semana a la Casa de Acogida Padre Hurtado de Estación Central, donde viven adultos mayores que por la pandemia han visto mermadas sus atenciones, y han sumado más voluntarios.
Por María Luisa Galán
10 Septiembre 2020 a las 09:49
María Luisa Núñez es enfermera y se considera “una hormiga más” dentro de un grupo de voluntarios que, desde julio de este año y semana a semana, asisten a los acogidos de la Casa de Acogida Padre Hurtado del Hogar de Cristo, ubicada en Estación Central. Pero para esta nota es “la vocera” de su grupo, el que está compuesto por enfermeras y un ingeniero comercial, quienes llegaron en el momento preciso a atender a los adultos mayores que residen ahí y para quienes, debido a la pandemia, no es seguro ir al consultorio u hospital a realizar sus curaciones.
La historia de este grupo tiene su génesis cuando María Luisa acompañó a su tía a entregar alimentos a las personas en situación de calle y se encontró con mucha gente que necesitaba curaciones. “Vi que había una persona con una herida sobre infectada, bien complicada, pero no tenía nada para ayudarlo”, cuenta sobre esa noche en la que sólo pudo asistirlo con una botella de agua y con la mini linterna del celular. Se corrió la voz y comenzaron a llegar más pacientes heridos. Esa experiencia fue su luz, la que brilló más después de que le comentaron que no iban a un SAPU o un consultorio por ser personas en situación de calle o porque debían esperar muchas horas para ser atendidos.
Luego de ese día, se contactó con Federico Quintana, ingeniero comercial y compañero de colegio, que le había comentado que quería ayudar en estos tiempos de pandemia. Llamó también a compañeras de enfermería, las que avisaron a otras y así llegó su colega Antonia Muñoz. Con el trío armado, comenzaron a reunir fondos para comprar los recursos materiales básicos que se necesitaban. Gracias a familiares, amigos y cercanos, reunieron 700 mil pesos.
Pero se produjo el peak de contagios en Santiago y también en La Vega. María Luisa trabaja con pacientes inmunodeprimidos y temió contagiarse y contagiarlos a ellos, entonces el proyecto se paró durante un mes. Sin embargo, con los insumos comprados se vio en la necesidad de hacer algo, “no puede ser que juntáramos todas esta plata y no estuviéramos haciendo nada”, se dijo. Buscó fundaciones que trabajaran con personas en situación de calle y así llegó al Hogar de Cristo. “Tenemos un señor que necesita curaciones”, le avisaron y fue, feliz, junto a Antonia, enfermera especialista en curaciones, a la residencia de Estación Central.
Domingo fue su primer paciente. Con úlceras venosas el desafío era grande, sobre todo porque él estaba desconfiado luego de haber pasado por varias otras curaciones con poco éxito. “Lo ganamos de a poquito y ahora nos adoramos. Fue muy bonito empezar a generar lazos con los pacientes que ahora son siete. Con Domingo ha habido avances pero sabemos que nos queda mucho camino que recorrer. También hay pacientes con úlceras sacras, otros postrados con uso de pañales, pero felices de que sus heridas por fin se estén cerrando, lo que creían imposible”, relata María Luisa sobre la experiencia de los voluntarios en el programa con los residentes y el equipo, al que han apoyado y con el que también han compartido sus conocimientos de enfermería.
Hoy, el grupo está compuesto por un equipo de enfermeras fijas, donde están María Luisa, Antonia y Bernardita Rencoret y “voluntarias part time”, como ellos mismos bautizaron, que son diez enfermeras que ayudan de forma más esporádica. Van según las necesidades del paciente, las curaciones que necesite, pero por lo menos son dos veces a la semana. Se turnan, depende de los trabajos particulares que tiene cada una. Según cuenta, una curación puede demorar fácilmente 90 minutos, porque implica sacar vendajes, limpiar con clorhexidina, esperar que haga efecto, secar, entre otras partes del procedimiento.
Una vez en el Hogar de Cristo, se aventuraron en una segunda campaña de recolección de fondos. En la primera el objetivo estaba pensando en reunir insumos básicos para atender heridas simples a personas en situación de calle. Pero en una vez en el programa de adultos mayores se encontraron con heridas más profundas y complejas. “No eran cortes, eran úlceras o amputaciones y necesitas apósitos carísimos. Un apósito puede costar 25 mil pesos y eso lo tienes que cambiar cada 5 días. Entonces hicimos otra recaudación de fondos y nos fue increíble. Juntamos cerca de 1.2 millones de pesos. Compramos apósitos especiales, más caros, pero son costo-efectivos, con uno sólo la curación es mucho más rápido, la herida cierra más rápido. Además Antonia es un tremendo apoyo porque si bien todas las enfermeras sabemos curar, otra cosa es ser especialista. Cuando tenemos a alguien que sabe qué, cómo, cuándo usar, es increíble. No podemos haber tenido más suerte con el equipo que se formó. Tenemos un ingeniero comercial que es súper metódico, saca todos los presupuestos y llama a todo el mundo. Y yo que gestiono, que me preocupo más de lo social; entonces siento que es súper dinámico y complementado el equipo”, relata María Luisa entusiasmada y feliz por el grupo y todo el trabajo que realizan.
Esperan seguir creciendo, poder llegar a otras residencias en donde necesiten a enfermeras voluntarias. “Todo ha fluido y esperamos seguir haciéndolo. Para mí esto no tiene término, me encantaría que esto continuara y seguir creciendo. Incluso Federico y Antonia están motivados en crear un nombre y quizás hacer una fundación. Sentimos que es posible. Hemos generado lazos con este Hogar, con estos pacientes, así que puede ser algo duradero”, finaliza María Luisa.