Hoy es un nuevo aniversario de la muerte del Padre Hurtado y la Presidenta de Chile depositará un ramo de aromo en su tumba para recordarnos una deuda de justicia. Es el corazón del mes de la solidaridad: “Chile, más que una tierra es una misión que cumplir” decía el santo.
“¿Qué haría Cristo en nuestro lugar?”. Existe hoy en Chile un abismo entre los que somos llamados parte de la “élite” y la vida de casi cinco millones de personas que viven en pobreza. El abismo se extiende a menudo a buena parte de la clase media abrumada por el esfuerzo de cada día. Es una desconexión cotidiana tan profunda que a muchos nos impide imaginarnos qué significa esperar seis meses para una examen de urgencia, o qué es tener que vivir con una pensión de 90.000 mensuales, o alimentar una familia con un salario mínimo. Simplemente muchos no lo sabemos. “El que no lo ha sufrido no lo sabe” decía el P. Hurtado.
La solidaridad genera esa lucidez que a menudo le falta al orden legal para crear auténtica justicia. Cuando uno se ha puesto en los zapatos del preso, del viejo, de la mujer violentada, del niño echado, de la joven consumida por la pasta o del vecino con discapacidad, uno “entiende”; está dispuesto a perder algo para honrar la dignidad común que la solidaridad le enseñó. Probablemente está disponible a renunciar a una oportunidad por remediar un sufrimiento evitable: está más libre para dejar un privilegio o una asimetría injusta de poder.
En este mes de la solidaridad generemos encuentros que transformen nuestra manera de entender justicia y dignidad: redistribuir las cargas, reparar el daño, priorizar al que más sufre, re ordenar las relaciones para hacer posible la vida en común.