¿Cuál es la historia de esa arriscada de nariz que decide en un segundo si alguien es digno de estar en mi circuito o no, si lo incluyo o lo segrego? ¿Cuál la historia de esos cruces de miradas entre los que se sienten iguales, como firmas de sentencias no escritas, que deciden si alguien será tratado como un par o abandonado lejos?
Es un mar oscuro la arqueología de los prejuicios. ¿Cómo se fabrican? Desde la ciencia se les entiende como simplificaciones del mapa mental, como un ahorro de energía en la toma de decisiones.
Las clasificaciones cura = abusador, político = corrupto, comunista = resentido, empresario = egoísta, pobre = flojo y otros cientos de ejemplos, son particularmente eficientes a la hora de dejar la propia cosmovisión inalterada. En este caso el ahorro mental, y nuestra pereza, tienen una razón profundamente ideológica. No es novedad que así sea, sostengo que no hay nadie que no tenga la propia ideología. En el humanismo cristiano aprendimos que es mejor ponerlas sobre la mesa.
Una simple campaña de Navidad, “Voces sin Prejuicios”, propone el ejercicio espiritual de la lucidez frente a los propios prejuicios. Es un pequeño aporte, un primer paso. Ayudará el aceptar que están ahí, que hacen su trabajo depredador igual, aunque en lo políticamente correcto se les niegue. Ayudará el saber cómo nacieron los propios prejuicios, los del progre y los del conserva.
Ayudará el conversar sobre ellos, el explicitar los miedos que esconden, las heridas que buscan aliviar, los sueños de país que están a la base. Si no son puestos sobre la mesa, operarán igual cuando nadie vea el voto. Y el miedo será quien gobierne.
En el Hogar de Cristo, y en las demás fundaciones que trabajamos junto a comunidades excluidas, nos vemos golpeados por el poder homicida de los pre-juicios. Estos deciden que una agrupación de ahorrantes por la vivienda, tras años de trabajo, no sean recibidos en la ciudad sino enviados al descampado simplemente porque vienen de un campamento. Y esto es homicida porque enviar a vivir lejos de la posta, de carabineros, de la locomoción colectiva, del trabajo, es enviar al segregado a morir.
Y también es homicida el criminalizar al comunero mapuche impidiéndole transparentarnos que sin tierra auto gestionada, su cultura y su modo de vida simplemente se muere. Y lo es el sesgar la opinión pública para que haya tanto miedo que sea razonable que el infractor se pudra y se queme en la cárcel. Porque efectivamente en la cárcel se maltrata sistemáticamente y se mata.
Sabemos que para matar físicamente a alguien antes tengo que haberle negado la dignidad de ser persona. Se le llamará “lacra”, “enemigo público”, “delincuente”, “chupasangre”. Pasa con el no nacido y con el que ya nació. La normalización de una etiqueta que deshumaniza, la legitimidad social de esa criminalización que transforma una persona en una cosa detestable, operará como un pacto social más, y se impondrá al resto según quién tenga más poder.
De esta lógica deshumanizante, del ojo por ojo, vino a liberarnos Jesús. A la Navidad genuina, a la del nacimiento del Hijo de Dios en un establo, no podrán castrarla convirtiéndola en otra fiesta del niño o de los bonitos sentimientos.
La Navidad es revolucionaria porque cuestiona a la base el poder homicida de nuestros prejuicios.”¿Y de Galilea puede salir algo bueno?” dijeron de Jesús, liberador del mundo, cuando se supo que se había criado en la rural Nazareth. Han sido dos mil años de pactos de miedos nunca sincerados, queriendo amordazar la libertad de Dios que escoge al más pequeño para liberar de la arrogancia miedosa al más poderoso.
Porque en esas personas a quienes habíamos estigmatizado podríamos encontrar a nuestros maestros, a auténticos mentores de humanidad. Porque “el pobre es Cristo”, si es que salimos de la pereza.