Por Ivonne Herrera, jefa de Operación Social de Hogar de Cristo.
12 Septiembre 2019 a las
10:36
Hace pocas semanas supimos de un hombre de 83 años que se quitó la vida producto de la crisis del agua en Petorca. Si bien sufría de depresión, producto de la muerte de una hija, optó por el suicidio cuando la sequía lo dejó seco en el más amplio sentido de la palabra.
El caso fue difundido en la prensa y las redes explotaron con mensajes donde se repetían las palabras vejez, depresión y soledad. Pero muy pocos vincularon su muerte a un fenómeno que podría explicar todas las anteriores: la vejez en Chile es sinónimo de pobreza.
La pobreza no significa solamente privaciones materiales; incluye también la vulnerabilidad ante los desastres “naturales” y la capacidad limitada para hacer frente a dichas vulnerabilidades. Por eso, el suicidio de un hombre de 83 años producto de la crisis del agua no es una realidad marginal, sino central en un mundo donde la concepción de pobreza se amplía y se profundiza en nuevas y complejas dimensiones. Hablamos de pobreza energética y medioambiental, por ejemplo, y dentro de esta última la escasez de agua es vital.
Según el estudio “Pobres de agua” de Fundación Amulén, junto al Centro Cambio Global y el Centro del Derecho y Gestión de Agua, el sur del país es la zona más afectada. Destaca La Araucanía, con un 71%; Biobío, con 68%; seguida de Los Lagos, con 64%; y Los Ríos, con un 62%.
Los más vulnerables y marginados son las grandes víctimas de los desastres “naturales”. Y aquí los mayores llevan la delantera. Hogar de Cristo cuenta con Programas de Atención Domiciliaria Especializada en la región de Valparaíso, para personas como el criancero de Chincolco. Adultos mayores que se encuentran en situación de pobreza y exclusión social, sin redes, ni consuelo. Verlos, atenderlos, asistirlos, quererlos, incluso llevarles agua, es nuestra tarea como fundación, pero también es un deber que tenemos todos, como sociedad.