La muerte de Héctor, un adulto mayor de 64 años de edad que vivía en situación de calle y estaba en evidente estado de desnutrición, ha generado conmoción en Talca. Y no se trata de una muerte aislada, de un “hecho lamentable”, como dirán los políticamente correctos. El invierno aún no empieza y ya han fallecido 7 personas de calle a causa de la hipotermia. Sincerémonos, en esto hay indolencia. El invierno no es el que mata; lo que mata es la indiferencia.
Muy pocos conocen sus nombres, de dónde eran, qué edad tenían. Tal vez partieron en silencio. Tal vez gritaron, pidiendo ayuda. La realidad es que nadie escucha nada. ¿Hace falta que los pobres griten para que escuchemos que se están muriendo? De todas las tragedias sociales en nuestro país, la de las personas en situación de calle es una de las más amargas y persistentes en el tiempo. En Chile, casi 20 mil personas se cobijan en esquinas, bancos, veredas, plazas, rincones y agujeros; una cifra oficial, que se queda corta. Es gente que nace y muere pobre.
Años atrás, cientos de voluntarios de Hogar de Cristo recorrían los sectores más vulnerables del país en búsqueda de estos excluidos. Premunidos de abrigo y compañía, iban a lugares donde suelen pernoctar las personas más postergadas del país. Era una ayuda celebrada por la comunidad, pero eso se está perdiendo, cada vez son menos las personas que se suman. Es triste, pero nos han dicho: “¿Para qué ayudar a gente que no lo merece?”.
Hace pocos días, con emoción nos enteramos de que se inauguró el primer mausoleo para personas en situación de calle. Una obra inédita en nuestro país y en Latinoamérica, que albergará los restos de 372 personas fallecidas en trágicas condiciones de situación calle, en su gran mayoría rotulados como NN.
Una obra maravillosa, sin duda. Pero existe una realidad compleja que ningún gobierno, agrupación u ONG ha logrado resolver de manera estructural, porque existe algo peor que morir en la calle… y eso es vivir en ella.
Por Mauricio Zorondo, jefe social de Hogar de Cristo en Maule.