3 Noviembre 2019 a las 15:25
Aunque efectivamente ellas tienen un menor consumo de alcohol y de otras drogas que ellos, la oferta terapéutica estatal para las mujeres pobres y vulnerables es mínima, más escasa aun cuando son adolescentes, tienen hijos o viven en calle. Aquí revelamos la realidad de las más estigmatizadas de todas, encarnadas en el caso esperanzador de Génesis. Otra necesidad de política social urgente.
Por Ximena Torres Cautivo
-La droga ataca igual a hombres y mujeres. El pevecé o el ceocé hacen el mismo daño, no discriminan por género; la desigualdad está en el tratamiento. Para las mujeres drogodependientes hay mucho menos apoyo que para los hombres, no sólo del gobierno, sino de toda la sociedad. “Mírala, anda volada, no se ocupa de sus hijos, pasa en la calle cuando debería estar en su casa”. Así se nos enjuicia, de manera súper machista y estigmatizadora.
Génesis sabe de qué habla. Tiene 29 años, 13 de los cuales los vivió en un intenso y problemático consumo de “ceocé”, como dice ella para referirse al COC, la cocaína, o al PVC, los solventes, neoprén o tolueno, que ella nunca ha usado. Desde hace 9 meses está en el Programa de Tratamiento Residencial para Mujeres, que cuenta con capacidad para 25 personas. Hoy hay 18 ocupados por mujeres adultas y cinco, por niños menores de cinco años, como su hija, que ahora anda en el jardín infantil cercano. La idea es que los hijos pequeños puedan estar junto a sus mamás durante sus procesos terapéuticos.
Este programa que tiene el Hogar de Cristo en la población Parinacota de Quilicura, es uno de esos escasos espacios de tratamiento residencial que existen para mujeres en pobreza y de alta vulnerabilidad con consumo problemático de alcohol y otras drogas.
Sólo el 12,5% de las terapias que ofrece el Estado están orientadas a las mujeres y la capacidad de atención mensual de SENDA es de 798 usuarias, mientras que para los hombres es de 5.758, según datos 2018. Poco en ambos casos para la enorme necesidad que existe, pero irrisorio en el caso de las mujeres. Por eso, podríamos decir que Génesis es afortunada. Lo que ciertamente es un decir…
-Caí en el consumo, a los 17, cuando murió mi madre; ahí empecé a desbordarme. Yo soy la hija del medio y la única mujer de mi familia. Nosotros crecimos siendo insultados por un padre alcohólico, nos criamos convencidos de que éramos tontos. A mí lo más suave que me decía era “maraca culiá”, lo mismo a mi mamá, que murió a los 41 años de un paro respiratorio. Vivíamos en El Cortijo.
Su papá sigue ahí y, aunque Génesis se ha reconciliado con él, considera que la casa familiar es un lugar peligroso, contaminado, “donde aún se siente la soledad y la depresión que padecía mi mamá”. Ahí, recuerda, se inició su consumo, que fue acentuándose, porque después de salir del colegio con un título de secretariado, empezó a trabajar y a ganar buena plata. “Vendía automóviles en una comercializadora en Lo Campino. Sé todo del rubro: inscripciones, tasaciones, transferencias”. Cuenta que llegó a juntar mucha plata. “Hoy tendría una casita de no haber caído en el consumo, pero fui de mal en peor. Choqué el auto que me compré, porque andaba con ceocé y ohache”, dice, usando la abreviatura química para el alcohol, OH. “Yo trabajaba sólo para consumir. Hoy cuando miro para atrás me veo como una mujer indolente, a la que nada le dolía. Podía estar haciéndole daño a alguien y seguía. Me daba lo mismo. Nunca tuve a nadie que me pusiera un párele, pero yo misma establecí mis límites. Nunca me prostituí, por ejemplo”.
Génesis es de una lucidez sorprendente. Usa la jerga terapéutica como si fuera psicóloga. Habla del método de reducción de daños, que se utiliza en la residencia, como si ella misma lo hubiera creado. Cuenta entre risas que sus compañeras se burlan de ella por eso: “Me ven como la matea de la casa, dicen que tengo síndrome de educadora”.
Es notable que haya sido ella misma quien hizo todo por conseguir entrar aquí y tratar su adicción.
“A los 26 años, quedé embarazada de gemelos y se murieron en el vientre. A los seis meses de esa muerte, me embaracé de mi hija. El embarazo fue pésimo. Doy todos los días gracias a Dios porque mi hija nació sana, porque no la dañó mi consumo. Y hoy me avergüenzo de decirlo, pero yo no quería estar con ella, me molestaba, quería puro consumir”.
Tan intensa era su necesidad de consumo como clara la de ayuda que sentía en sus escasos momentos de lucidez. Hoy agradece a dos amigas que fueron claves en su proceso de sanación. “Al final, fui al Cosam (Centro de Salud Mental), pero habría entrado al Horwitz o a la Unidad Z de ser necesario”, afirma, revelando también su manejo de los escasos lugares donde se puede pedir auxilio. Aunque hoy –prácticamente cumplido su programa de intervención terapéutica– de lo que más sabe es de sí misma.
SÚPER EVOLUCIONADAS
Madre de una hija, Sucy vive en Ñuñoa, pero todos los días se la arregla para llegar al programa para hacer un trabajo que la apasiona. “Lo más desafiante de todo es estar permanentemente conectada con el dolor, con lo emocional, pero estoy enamorada de lo que hago. Aquí atendemos a mujeres iguales a nosotras, pero que no han tenido las mismas oportunidades y han sufrido de una manera inimaginable, por lo tanto, tenemos una deuda con ellas que no se salda con palabras. Hay que ayudarlas de verdad”.
Actualmente, las habitantes de la casa tienen entre 19 y 57 años, y el promedio de edad histórico desde la apertura del centro en 2017, es de 37. En lo que va corrido de 2019 han egresado 10 mujeres, de las cuales el 50% lo hizo con alta terapéutica y el otro 50% fue derivado a seguir tratamientos ambulatorios. “Ha habido también dos abandonos, los que suelen producirse muy al comienzo de un estadía que dura mínimo 8 meses. La gran dificultad es que no tienen dónde irse cuando salen de aquí”.
VAIS es la sigla de un programa de Senda llamado Vivienda con Apoyo a la Integración Social, que facilita un lugar para vivir transitoriamente a quienes cumplen con estrictas condiciones. Una de las principales es exhibir abstinencia total de drogas y alcohol. “Con suerte, en Santiago habrá 6 cupos; o sea, nada. El egreso, sin una solución residencial, para ellas y sus hijos, es parte del todo en contra que padecen nuestras usuarias”.
Sucy destaca que aquí las mujeres aprenden a vincularse de una manera distinta a la que han estado acostumbradas, donde el desamor, la violencia, el abuso han sido la norma. “Ellas han padecido todas las violencias posibles: sexual, física, psicológica, económica, de género, situaciones que no viven los hombres. Y, en ese contexto, el consumo sirve como el único recurso de sobrevivencia. Anestesiarse con alcohol y/o drogas es lo que literalmente las ha mantenido vivas”.
-¿Es la desigualdad de género un agravante de la pobreza y vulnerabilidad que padecen?
-Claro que sí. Una cuestión determinante de las mujeres con consumo es que no tienen redes familiares. Los suyos las enjuician, las condenan y las abandonan. A diferencia de lo que sucede con los hombres internados por tratamientos de drogas o encarcelados, a estas mujeres son muy pocos los que las visitan, las dejan solas. Ese maltrato se traduce en los apellidos que se le ponen a una consumidora de drogas: mala madre, puta, enferma. Y no es sólo la familia la que las castiga; pasa lo mismo con los tribunales, las policías, los servicios de salud… El nivel de maltrato de la mujer drogodependiente es impresionante. Las asimilan a delincuentes, cuando todas aquí son mujeres extraordinarias, valientes, maravillosas, fuertes. No sé cómo explicarlo. Diría que son evolucionadas a un nivel superior. Nadie como ellas tiene la experiencia de sobrevivir con todo en contra, levantándose mil veces, sin ayuda de nadie, habiendo sido todas víctimas de situaciones de dolor y abuso indescriptibles. Por eso, insisto en que merecen más ayuda que nadie.
MARIHUANA EN LAS CADERAS
“A las mujeres les cuesta mucho llegar a tratamiento por el estigma asociado. Consumen en soledad, ocultan su problema. Los hijos también son un obstáculo, sólo se les recibe con ellos, cuando son pequeños y los cupos son limitadísimos”, comenta Carolina Reyes, psicóloga que dirigió por varios años Mapumalén, el primer y único programa residencial en el país para mujeres adolescentes infractoras o no de ley, con consumo problemático de alcohol y otras drogas. Ahora está a cargo de coordinar el trabajo de las residencias en todo el país. Comenta que en total y en todo Chile Hogar de Cristo ofrece tratamiento a no más de 50 mujeres.
De acuerdo a las cifras de Senda, en Chile 692 mil personas declaran tener consumo problemático. Y en la oferta pública de tratamientos faltan programas específicos para grupos vulnerables muy concretos: mujeres adolescentes y mujeres en situación de calle.
Ahora mismo, por ejemplo, Hogar de Cristo se enfrenta a la disyuntiva de mantener la oferta de tratamiento residencial para 15 mujeres en Arica, que hoy funciona en un recinto mixto, porque a partir de este año se exige que este tipo de residencias estén separadas por género. Implementar una casa sólo para ellas es un costo que produciría un déficit anual que la fundación no está en condiciones de asumir. Carolina Reyes se siente impotente, porque de Arica a Punta Arenas, estos dispositivos se cuentan con los dedos de las manos y son pequeñas islas de esperanza en un escenario de desamparo generalizado.
Las diferencias por género en materia de consumo son de todo tipo. Además de las culturales ya expuestas, están las biológicas. “Las mujeres tenemos más agua y más grasa en el cuerpo. Durante el embarazo, la grasa se acumula en las caderas para ser usada en la etapa de lactancia. La marihuana, por ejemplo, se adhiere firme a la grasa. ¿Consecuencia? Pasa directamente a la guagua en la etapa de amamantamiento”.
Opiáceos, cocaína, alcohol, anfetaminas, barbitúricos, benzodiacepinas, LSD, cafeína, además de la marihuana, son las drogas específicas que provocan síndrome de abstinencia en un recién nacido, hijo de una madre con consumo problemático de drogas. Lamentablemente para ellas (y por añadidura para sus hijos), como hemos dicho varias veces, la oferta terapéutica escasea en todo el país. Otra manifestación de la desigualdad de género que golpea con muchísima mayor crudeza a las mujeres más pobres.
“En general, en todas las clases sociales, las mujeres consumen antidepresivos, a diferencia de los hombres que usan estimulantes. Ellas buscan evadirse, tranquilizarse, adormecerse frente a la realidad adversa con benzodiacepinas que se consiguen incluso en las ferias libres. El de ellas es un consumo silencioso, menos visible, en soledad. Sin embargo, en contextos de pobreza, consumen pasta base a la par que los hombres, así como alcohol barato de la peor calidad. Mientras una mujer ABC1 toma un buen vodka, que no deja resaca ni hálito alcohólico, las que viven en calle se intoxican con ´pelacables´, que es la única manera de soportar los horrores de vivir siendo mujer en la calle”, describe la psicóloga.
Paulo Egenau, psicólogo quien estuvo por años dedicado al tema del consumo, insiste en que el tratamiento de la pobreza hoy no puede desentenderse de la dimensión de género. Y pone un ejemplo crítico: “Si observamos la situación de las niñas y las jóvenes que están en residencias de protección bajo la responsabilidad del Estado, también es evidente que su realidad difiere absolutamente de la de sus pares masculinos. Ellas arrastran graves experiencias de vulneración y, en la adolescencia, la acumulación de trauma se traduce en mayores problemas de salud mental, niveles de conflictividad y daño. Es por esto que para el Hogar de Cristo la dimensión de género en los procesos terapéuticos se ha convertido en una cuestión crucial”.
-¿Por qué?
-Porque en una sociedad como la nuestra, el simple hecho de ser mujer conlleva obstáculos adicionales al reconocimiento de la dignidad humana. Porque la pobreza femenina se ve amplificada por la desigualdad de género, y esto no es machismo ni feminismo, es la verdad pura y dura”, concluye Carolina Reyes.
Eso, mientras Génesis y su hija corren el riesgo de volver a la pesadilla del consumo si ella no recibe apoyo una vez que egrese. Dice: “No me cargo de ansiedad frente al futuro. Miro para adelante y me visualizo sana. Ahora sé mucho de mí, he aprendido y, aunque he tenido recaídas, he sido muy resiliente en mi proceso. Acá en Quilicura se ha vivido el génesis de Génesis”.
Si te parece injusto que haya tan poca oferta terapéutica para mujeres pobres con consumo, hazte socio o ayuda como voluntario aquí: https://www.hogardecristo.cl/unete/personas-socios/