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Gladys Sepúlveda:  

“Quiero morir como voluntaria”

En el día del voluntariado, qué mejor que destacar a una mujer que, a sus 81 años, sigue preocupada de que adultos mayores como ella, pero en situación de vulnerabilidad y soledad, vivan sus últimos años bien atendidos y queridos. Puede que este 14 de diciembre su caso conmueva y sea ella reconocida en Voluntades que Mueven, iniciativa de la red de Organizaciones de Voluntarios de Chile.

Por Valentina Miranda G.

5 Diciembre 2023 a las 20:25

A sus 81 años, la voluntaria Gladys Sepúlveda tiene la vitalidad de una veinteañera. Habla rápido, con un entusiasmo que contagia, a pesar de que estamos hablando por teléfono a kilómetros de distancia sobre lo que más le apasiona: el voluntariado.

Gladys es todo un personaje en Quirihue, la ciudad, ubicada a unos 70 kilómetros al norte de Chillán, en la región de Ñuble, que la vio nacer. Es tan reconocida, que hasta le ofrecieron hace unos años postularse como concejal, propuesta que no aceptó. “No me interesa recibir una remuneración por trabajar en favor de los demás. Además, una vez un concejal me dijo que ellos actúan como fiscalizadores, no como gestores y a mí lo que me gusta es hacer cosas”, dice.

FORMACION NORMALISTA

Una mujer que se mueve y moviliza. Desde siempre. Con apenas 9 años hacía reuniones con otras niñas para ir a la iglesia y las juntaba para su preparación de la Primera Comunión. Poco después hizo lo mismo con otro grupo para la Confirmación. Estando todavía en el colegio, participó en el grupo de estudiantes católicos, donde había muchos universitarios. Todo siempre al alero de la iglesia, pues sus padres eran católicos. “Era la época en que uno usaba velo para la misa. Yo tenía un velo de encaje negro precioso”, recuerda.

A los 16 años se fue a estudiar a la Escuela Normal en Santiago para ser profesora de primaria y luego se trasladó a Chillán. Con sólo 19 años comenzó a trabajar en la escuela El Rincón en Ninhue. Estuvo seis años trabajando en escuelas rurales.

“Estaba de lunes a viernes en la escuela y los fines de semana me iba a Quirihue. Tenía que hacer la comida para todos los niños, cocinar a leña con las cosas que mandaban los padres. La mayoría trabajaba en los fundos y sacaban los alimentos de las pulperías, pero a fin de mes les descontaban todo y no les quedaba sueldo. Yo les decía que eran trabajadores y no esclavos, y que no era obligación que compraran en la pulpería. En la Normal nos preparaban no sólo para ser profesoras, sino para ayudar a la gente de campo”.

Luego de esos seis años regresó a Quirihue donde siguió trabajando como profesora. Fueron 47 años dedicados a la docencia y a la ayuda social en los que formó varios centros de madres y participó en distintos grupos. Todo, sin descuidar su trabajo con los reos de la cárcel de Quirihue, centro de reclusión que está al frente de su casa y que visita regularmente desde hace 50 años.

“Hoy les llevé unos rosarios que me habían pedido. Me costó conseguirlos porque aquí en Quirihue nadie hace rosarios”, nos cuenta. También organiza veladas, lleva grupos de música a tocar en Navidad. Con su ayuda, hace varios años se construyó en la cárcel un comedor y una capilla.

LAS CUIDADORAS DE QUIRIHUE

Un día del año 2010 tocaron a su puerta. Era Héctor Higuera, el actual jefe de operación social del Hogar de Cristo en la región de Ñuble, que había llegado a Quirihue con la tarea de formar un centro comunitario, un centro para niños y adolescentes y un Programa de Atención Domiciliaria para Adultos Mayores (PADAM), pero no conocía a nadie.

“Le habían hablado de mí y llegó a pedirme ayuda para que yo enganchara gente. Me puse a trabajar en el Hogar de Cristo y llevé a otras voluntarias. Teníamos grupos de niños y viejitos. Cuando Héctor se fue de Quirihue en 2014, fue un porrazo muy grande. Nos invitó a tomar once y nos dijo que se tenía que ir, pero que estaba seguro que lo que habíamos hecho no iba a desaparecer porque yo iba a formar un grupo. Pensé que era imposible porque yo no tengo plata. Busqué socias, me costó, pero al final nos juntamos cinco mujeres. Algunas también habían sido voluntarias en el Hogar de Cristo”.

Gladys Sepúlveda es una voluntaria múltiple. Les cocina a los adultos mayores en las casas de colocación, organiza actividades, toca puertas consiguiendo recursos, visita a los reos de la cárcel de Quirihue, se reúne con los niños de la escuela y -de pasadita- escribe poesía y cuentos.

Así nacieron Las cuidadoras de Quirihue, organización que forma parte de Acción Solidaria, la red colaborativa del Hogar de Cristo. La prioridad era tener dos casas de colocación que acogieran a personas de la tercera edad que estuvieran postradas o en abandono. Hoy son 16 socias y siete casas donde viven un total de 69 adultos mayores. La mayoría son derivados de los hospitales de San Carlos y Chillán. “Son pobres y están solos. Cuando los dan de alta, nadie los va a buscar”, dice.

De esta manera llegan a sus nuevos hogares, donde son atendidos por las propias dueñas de casa, también socias y adultas mayores, en una tarea compleja y con escasos recursos.

Karla Castillo, estudiante de Trabajo Social que apoyó a la organización durante su práctica, nos cuenta que se financian con las pensiones básicas de los residentes, pero claramente no alcanza para todo lo que necesitan. “Casi la mitad de ellos está postrado y no tienen camas clínicas ni colchón antiescaras. Por ejemplo, en una de las casas hay cuatro adultos, dos de ellos están postrados y a todos los atiende una sola persona”, dice. A pesar de las limitaciones, destaca que están bien cuidados gracias al esfuerzo de cada una de ellas. Las demás socias que no viven allí los visitan regularmente, les cocinan y llevan almuerzo u once, les celebran las fiestas. Les hacen la vida más grata.

Entre ellas su hija Tamara (45), asistente social, quien reconoce que su elección profesional estuvo fuertemente influenciada por lo que vio en su casa de niña. “Mi casa siempre fue un hogar de puertas abiertas y eso marcó la vida familiar. La otra vez estuve viendo fotos antiguas y en todas las navidades, hay niños en la mesa que no eran de la familia; eran niños que llevaba mi mamá porque estaban solos”, recuerda. Y esta huella trascendió incluso a una de sus nietas, también asistente social.

Un ejemplo de solidaridad que también marcó a Karla: quedó tan gratamente impresionada de la labor de Gladys, de su empuje y perseverancia, que la postuló este año al reconocimiento Voluntades que Mueven, de la red de Organizaciones de Voluntarios de Chile.

Se recibieron 85 postulaciones y el resultado se conocerá el 14 de diciembre próximo. De ganar, no será el primer reconocimiento. En marzo de 2018, el Ministerio de la Mujer y Equidad de Género destacó a cinco mujeres de la región de Ñuble, entre ellas a Gladys Sepúlveda por su larga trayectoria de compromiso social.

 

Si la historia de Gladys te inspiró, tú también puedes ayudar a los más necesitados. Puedes partir colaborando con nuestra colecta anual que termina este viernes 8 de diciembre. Haz tu donación AQUÍ

Lecturas:

Como buena profesora, a Gladys le gustan mucho los niños. “Voy a la escuela y converso con los niños de 7 – 8 años. Les hablo del Padre Hurtado y de lo que hacemos”, cuenta.

 

Viuda desde hace 28 años, con 4 hijos propios más otro que crió desde los 6 años, Gladys es una mujer multifacética. Les cocina a los adultos mayores en las casas de colocación, organiza actividades, toca puertas consiguiendo recursos, visita a los reos de la cárcel de Quirihue, se reúne con los niños de la escuela y -de pasadita- escribe poesía y cuentos.

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