25 Febrero 2020 a las 15:54
Así resume el jefe social territorial del Hogar de Cristo en Los Lagos el impacto que tiene sobre los más de cien hombres y 10 mujeres en situación de calle, comer, dormir y bañarse en un edificio moderno, espacioso y ventilado. Pero no basta, al menos una decena de ellos, es recluído en una pieza especial porque exudan el olor de los solventes que los están destruyendo.
Por Ximena Torres Cautivo y María Teresa Villafrade Fotos: Camila Toro
Angélica Miranda Cárdenas (51), jefa de la Hospedería de Puerto Montt, tiene la inventiva que surge de necesidades cotidianas acuciantes. Convirtió un patio interior en un dormitorio donde caben 4 camarotes para alojar a “los dinosaurios” que llegan arrastrando sus cuerpos al moderno, acogedor y luminoso edificio de la calle Chorillos, en el barrio puerto.
“Los dinosaurios” no son adultos mayores, sino jóvenes en franco deterioro orgánico a causa de la inhalación de solventes. Por su caminar lento, como de zombies, los demás acogidos les pusieron ese apodo. “Son entre 7 y 8 chicos, con larga experiencia en calle, a los que conocemos desde niños. La mayoría estuvo bajo protección en residencias del Sename. Se ubican cerca de la compañía de agua, se paran a pedir en los semáforos y aspiran todo el día, a la vista de todos. Están tan impregnados al olor de los solventes que los demás acogidos no los aceptan en los dormitorios. Se quejan de dolor de cabeza, de náuseas, de que no pueden dormir por su proximidad”, cuenta esta técnico en asistente social nacida en Achao, Chiloé, que lleva 22 años trabajando en distintos programas del Hogar de Cristo en Los Lagos.
A cargo de la flamante Hospedería, inaugurada hace dos años, con capacidad para un centenar de personas en situación de calle, hombres y mujeres, Angélica recurrió al ingenio para no dejar fuera a esta población con un consumo que se creía superado en Chile: el neoprén.
-Consumen Duco. Lo compran en Sodimac, gracias a otros “burreros”, que no están tan deteriorados y pueden entrar a la tienda. Causa mucho dolor no poder hacer nada más que recibirlos. Les damos un techo, comida, ropa seca, sobre todo en los crudos inviernos de la zona. Los atendemos cuando sufren ataques convulsivos, como los epilépticos. Es terrible: se les acelera el corazón, caen al suelo, no pueden respirar. Desgraciadamente en Puerto Montt no hay oferta terapéutica para ellos. Yo soy parte de las mesas técnicas de calle en la región y todos coincidimos en que se debe hacer algo, pero aquí estamos, sin herramientas ni personal especializado –explica con impotencia Angélica.
Por su parte, el asistente social Yerko Villanueva, jefe social territorial del Hogar de Cristo en la Región de los Lagos, señala: “Entre los años 1999 y 2008, el perfil de los usuarios de Puerto Montt se vinculaba a personas con problemas de alcoholismo crónico y salud mental. A partir de entonces, empezó otro tipo de consumo: pasta base y pastillas. Y hace unos años aparece este grupo de chiquillos que se droga con tolueno. El daño es más veloz que el de la pasta base, que los chupa y les bota los dientes”.
Estar cerca de “los dinosaurios” es como meter la nariz en un balde con diluyente; tienen el solvente impregnado en sus cuerpos y, lo peor de todo, en sus mentes, y eso obliga a Angélica y al personal a aislarlos dentro de la Hospedería, cuyos acogidos son en su mayoría hombres mayores con consumo problemático de alcohol, personas con alguna discapacidad mental y mujeres abandonadas.
Para todos ellos, el edificio de Hogar de Cristo y su personal son un lujo. Dice Yerko: “La bendición de contar con este espacio ha sido y es cada día una tremenda oportunidad, ya que tienen un lugar donde refugiarse. Puedan asistir a talleres, a actividades. No les exigimos que dejen de consumir para ayudarlos, buscamos que empiecen bajando su consumo, cambiando la sustancia a menos mala, contribuimos a que tengan un espacio protector que los aleje de los riesgos”.
-¿Se logra así algún grado de éxito, que dejen la calle y se reinserten?
-Jesús era un acogido nuestro con mucho consumo de pasta base. Fue acuchillado y después de eso el Sename le quitó a su hijo. Trató de tirarse al río Rahue, pero alguien que lo vio al pasar por ahí, le dijo un par de palabras. Algo le pasó a Jesús por dentro y pidió apoyo, recuperó sus habilidades y sus herramientas de trabajo. Hoy está viendo a su hijo, tiene pareja, arrienda casa y trabaja, lo que demuestra que se puede. Sabemos de empresarios que consumen o toman alcohol de manera habitual, pero son capaces de salir al mundo cada día y es porque cuentan con ambientes protegidos. Esa es la gran diferencia. En esta región, a las personas de calle se les paga con vino… y eso es grave daño y un abuso. Los que descargan y desconchan mariscos reciben esa paga por sus changas y parten de madrugada con un alto nivel de riesgo. Luego van de chinchel en chinchel, como les dicen acá a los bares de mala muerte. Cuando se nos pierden y dejan de venir, les seguimos la pista, porque conocemos las rutas de riesgo.
“YO DEJO EL TRAGO CUANDO QUIERA”
Pasar de una antigua y destartalada tostaduría en el barrio puerto donde el Hogar de Cristo inició su hospedería, a un edificio moderno de 3 pisos, con tecnología de punta, lleno de tragaluces, limpio y ventilado, fue un salto cuántico que dio la fundación en enero de 2018. Con amplias habitaciones de 8 camas cada una, la construcción diseñada para acoger a 110 personas en situación de calle, incluida una habitación para 10 mujeres, es inédita en el país y Yerko Villanueva sueña y está esperanzado con que pronto será replicada en Osorno. Ambas ciudades concentran la mayor cantidad de personas en calle de la región de Los Lagos que en total superan las 460, con una brecha de atención que alcanza el 49%, sin considerar el Plan de Invierno. El asistente social está convencido de que estos nuevos espacios representan un tremendo cambio. “La luz de este edificio hace que la vida cambie; de verdad”.
De los más de 100 habitantes regulares, que son despertados a las 6:30 de la mañana, unos 20 a 30 adultos mayores se quedan durante el día. “Acá hacemos talleres, hay una sala para pintar mandalas, un salón para ver televisión, una pequeña librería, un oratorio”, cuenta Angélica, con su energía incombustible.
-¿Nunca te desanimas al ver a hombres con tanto deterioro?
-Claro que sí. El gran flagelo en nuestra región es el consumo desmesurado de alcohol y la escasez de trabajo luego del boom del salmón. En una zona fría, lluviosa, como la nuestra, un hombre de 50 que consume y vive en calle en poco tiempo parece de 70, y la soledad contribuye a ese deterioro. Pierde el hábito de trabajar, de asearse, de cuidarse, y la sociedad no ayuda, porque lo excluye. A mí ver a hombres duros, tan solos, tan frágiles, tan dañados, a los que ni sus familias les dan una oportunidad, me ha permitido humanizarme, dejar de lado los prejuicios, vincularme con ellos desde el corazón, acompañarlos y abrazarlos de verdad, como a iguales, porque de otro modo, no sirve. No resulta.
-¿Qué es lo que más dificulta su reinserción?
-El prejuicio, porque si no los consideras seres humanos iguales a ti, nunca podrás ayudarlos. También está la culpa que sienten ellos, que los lleva a la negación. ”Yo, señora, dejo el trago cuando quiera”, te dicen. Para que reconozcan su situación y quieran superarla, hay que conquistarlos de a poco. Me conmueve la tendencia a la autoflagelación de muchos. Hombres que sienten que la situación de calle es la forma de purgar sus pecados y que deben sufrirla solos. La mujer, en ese sentido, tiene más herramientas. Aunque la calle es terrible con ellas, son más capaces de recuperar y reconstruir redes familiares que los hombres.
COOPERAR, SEXUALMENTE HABLANDO
Anoche en el oratorio, donde destaca la imagen de una virgen hecha con mosaicos por los niños de la unidad oncológica pediátrica del Hospital de Puerto Montt, hay un colchón en el suelo. Fue la improvisada cama para una mujer que había sido golpeada por su pareja alcohólica y que trajeron a medianoche los carabineros, porque no había otro lugar dónde llevarla. “Muchas mujeres que me toca entrevistar sienten el miedo, el miedo absoluto que se vive en la calle. Deben ´cooperar´, como dicen ellas, refiriéndose al tema sexual, que las lleva a ser sumisas frente al protector/abusador. Al hombre que, en teoría, las cuida”, explica Angélica.
De las más de 15 mil personas en calle que existen en Chile, se estima que un 16% son mujeres, las víctimas más desvalidas frente a esa situación de vida. “Ellas no son prioridad para los servicios de salud. Si se requiere compensarlas por un brote sicótico o algo físico, hay que permanecer largas horas en el Hospital. Las miran mal, porque huelen feo. Ahí te enfrentas a todos los prejuicios y eso que el personal de salud debería saber trabajar con personas vulnerables”, reclama.
De las 150 personas que deambulan en calle por Puerto Montt, una docena son mujeres. Una de ellas es Flor (30), soltera y madre de tres hijos. Nacida en Castro, a los 18, se fue mochileando hasta Antofagasta. “Me dio curiosidad la calle”, dice. De pocas palabras, cuenta que allí quedó embarazada.
Hace 10 años comenzaron sus problemas de consumo de alcohol que la llevaron a vivir en calle. Acude a diario a la Hospedería para comer y ducharse. Para sobrevivir, vende parche curitas. “Estuve en tratamiento de rehabilitación por seis meses, pero como me llevo mal con mi familia, la gente a mi alrededor no me ayudaba mucho. Recaí”. Lo hizo para que no le quitaran a su segundo hijo, pero finalmente éste quedó a cargo del Sename con una cuidadora en Castro. La señora que cuida al niño me deja verlo, pero él ya le dice a ella mamá y no quiero confundirlo”. Sus otros dos hijos, el mayor y el menor, están bajo el cuidado de su madre. “Ellos creen que soy su hermana; mi mamá les ha dicho eso y no me deja verlos”.
Confiesa que ha pasado por el consumo de drogas duras, pero las dejó, cuando “me golpearon entre cuatro hombres. A una la ven muy débil en la calle. Ahora solo tomo cerveza, pero no para curarme. Estuve cinco años sin consumir. Necesito un hogar estable. Ahora llevo 9 meses viviendo en una casa abandonada”, cuenta.
Es lamentable que su pareja actual, Óscar, sea un “dinosaurio”, uno de los jóvenes consumidores de solventes. “Llevamos 11 meses pero ahora estamos peleados. Necesito un pilar, alguien que me apoye para poder chantarme. Mujeres con consumo de alcohol no se ven tantas en la calle, en la droga sí, son muchas y todas lolitas. Yo me siento más segura cerca de la Hospedería, aquí en Chorrillos”.